CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- De acuerdo con la versión materna, la concepción de Beau (Joaquin Phoenix) habría sucedido en el momento que su progenitor eyaculaba; cosa normal, el problema es que en ese mismo instante el honorable señor fallecía; es decir, durante la pequeña muerte, como bautizaron los isabelinos al orgasmo, ocurrió la gran muerte. El dato, por incómodo que suene, importa porque representa el nudo psicológico de Beau tiene miedo (Beau Is Afraid; EU, 2022).
Es la tercera cinta de Ari Aster (Herencia, 2018, y Midsommar, 2019), escritor y realizador de cine de horror psicológico a punto de establecerse como director de culto.
La sesión de psicoanálisis del comienzo informa del conflicto y establece la acción: Beau tiene que viajar a ver a su madre Mona (estupenda Patti LuPone) para conmemorar el aniversario de la muerte del padre; como Beau sufre de episodios paranoides, el psiquiatra le receta una nueva droga para darse valor, tomar un vuelo y acudir a la cita. Siguen una serie de episodios absurdos, persecuciones, accidentes, muertes –escenificados de manera realista, por lo menos en la primera parte, y que mantienen al público en la duda de si son reales o si todo ocurre en la mente del protagonista.
El humor, el tono de farsa, están presentes de principio a fin, el problema es que para disfrutarlo el espectador tendrá que elaborar sus propias ecuaciones psicoanalíticas; hay tiempo, la cinta dura tres horas. Ari Aster insiste en asociar Beau tiene miedo a una Odisea cuya meta es superar la mamitis; la verdad es que esta descomunal y omnipresente madre judía, la línea psicoanalítica y la angustia existencial de Beau se hallan más cercanas al cine de Woody Allen que a la épica de Homero. En todo caso, este Ulises paranoico no logra defenderse de los hechizos de Circe, antes se enreda más, y a duras penas llega a la Cueva de Calipso; El mundo de acuerdo a Garp (1982), la cinta basada en la novela de John Irving, sería el reflejo invertido, una enfermera feminista concibe a Garp mientras atiende a un soldado moribundo.
Las escenas donde el ambiente coincide con el paisaje mental de Beau parecen calcadas del Mago de Oz, y si el director no fuera consciente de ello, querría decir que el camino amarillo de ladrillos y la ciudad de esmeralda forman parte ya, a manera de sedimento, del inconsciente colectivo americano; otra prueba del universo de Woody Allen es ese pene monstruoso (Todo lo que quiso saber del sexo, 1972) que ataca a uno de los personajes.
Y sí, Sófocles es clave: en la narrativa de la madre sobre la concepción de Beau, con la amenaza de haber heredado el mismo padecimiento de su padre, morir en el acto, Ari Aster encontró la forma más sofisticada en que una madre puede castrar a un hijo, no sólo para evitar que se relacione con otra mujer, sino para prohibirle el derecho al orgasmo; la mente de Beau vive encarcelada en ese cópula sexual del origen, el miedo de Beau es terror al sexo como equivalente de muerte, el padre igual a muerte, o a pene; en esta versión de Edipo no hay siquiera manera de trasgredir, por eso, en las escenas del amor adolescente, Beau se esconde en una fantasía cuando promete llegar virgen al matrimonio.
Crítica publicada el 30 de abril en la edición 2426 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.