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“Vivimos tiempos cacofónicos, de mucha estridencia”: Guillermo Arriaga |Video

Corre el año 1781, en Inglaterra. El joven William Burton emprende la búsqueda de las “extrañas”, unos seres anómalos que escandalizan por igual a los científicos y a los religiosos. El recorrido que deberá seguir el personaje lo llevará a profundizar y confrontar ideas, ideologías y al mismo conocimiento que creía tener.

Con su nueva novela, el mexicano Guillermo Arriaga (1958), da un vuelco al tipo de la literatura que nos tenía acostumbrados. Sin sacrificar vitalidad, el narrador desarrolla en Extrañas (Alfaguara), una ambiciosa apuesta y nos lleva a una época de transición con algunas semejanzas a la actual, para cuestionar nuestra forma de relacionarnos con el “otro”, el diferente.

¿Qué tipo de ejercicio de ficción implicó Extrañas?

Implicó descubrir la mejor manera de hacer que el lector se sintiera en el siglo XVIII, no sólo a través de la historia, sino también del lenguaje y la puntuación. A veces olvidamos el valor de la puntuación y es fundamental para crear ritmos, atmósferas y cadencias.

¿Cómo transmitir la vitalidad de tus novelas a una época muy distinta?

El acto de escribir es un misterio para el escritor mismo. Uno puede intentar explicar los procesos, pero sólo eso y cuando se tiene un afán didáctico. A la hora de la hora, la construcción de la novela se escapa de un proceso racional por eso es difícil explicarla. Hay cosas que se hacen a voluntad, por ejemplo, cuestiones estilísticas: no use palabras inexistentes en el siglo XVIII por eso no hay “que”, “aunque” o “porque”, ni adverbios terminados en “mente”; intenté eliminar los puntos y seguidos. En cambio, el desarrollo de los personajes sí se me escapó por completo de cualquier acto racional.

¿Por qué situar la historia en la Inglaterra del siglo XVIII?

Las Extrañas que dan nombre al libro y que aparecen hacia el final de la novela son una anomalía que, entre los seres humanos, aparece una cada trescientos años, no es fácil encontrar un ser con sus características. Mi idea original era contar la historia en lapsos: primero en Mongolia, en el año mil; luego en Noruega, en el 1400; después en Inglaterra en el 1700; y finalmente en México. Al final Inglaterra tomó más fuerza y se convirtió en la historia dominante.

¿Por qué la Inglaterra y no la de México, que era más cercana?

No escogí la de México porque no quería repetir el mismo patrón de lo que conozco. Me gustan las cincuenta páginas que escribí, pero si quería hacer una apuesta radical y un giro en mi obra tenía que irme por Inglaterra.

Tengo la impresión de que Extrañas es tal vez tu novela más abiertamente de ideas.

No fue mi intención, apenas tú me lo estás rebelando. Yo sólo quería contar la historia lo mejor posible, aunque es verdad que el siglo XVIII fue un periodo de transición. Fue un siglo donde se aceleraron las cosas entorno a la ciencia, el conocimiento y la medicina. Siento que ahora estamos en un momento muy similar al de entonces.

Cierto, la tecnología, la ciencia y la medicina avanzan muy rápido, sin embargo, seguimos temiendo a lo extraño o anómalo.

Hay un componente biológico de rechazo a lo anómalo. Te lo digo yo, que estoy en permanente contacto con la fauna, cuando una cría nace con malformaciones la misma madre la abandona o la mata. Hay cierto resquemor a lo diferente, pero como humanos podemos superar esa cuestión biológica y abrir un diálogo más profundo con quienes son diferentes. Por otro lado, no había una intención consciente por hacer un paralelismo con la época contemporánea. Quise hacer una novela sobre el encuentro con las extrañas, pero para llegar a eso el protagonista, William Burton, tenía que hacer una travesía importante alrededor la ciencia y la medicina. Al final remata en el caso más excepcional y que dejó sin aire a los científicos más connotados de la época porque implicaba una discusión política, moral y social.

El pulso de este tiempo también parece determinado por ese tipo de debates.

El pulso de este tiempo también está determinado por las elites políticas y económicas dominantes, sin importar si son de izquierda o derecha. Hay una vocación por dividir o escindir en aras del poder, por exacerbar las contradicciones de una sociedad, como sucedió en el siglo XVIII cuanto también hubo una gran tensión mundial debido a que por un lado se independizaron muchas colonias, y por otro se consolidaron imperialismos coloniales como el inglés que, si bien perdió Estados Unidos, colonizó Australia, Nueva Zelanda, India y el norte de África. Colonizar implica un ir y venir de conocimiento, información y formas de ver el mundo, por eso pulularon visiones distintas que pusieron en crisis al sistema y a la vez lo fortalecieron. Los grandes descubrimientos de entonces dieron paso a la Revolución Industrial.

Hoy parece que no soportamos ni a quien piensa diferente.

Hay una generación, sobretodo en las clases altas, que busca justificar su autoritarismo a través de supuestas buenas causas. Prohíben decir o hablar de tal manera porque eso no es bueno o lastima, nos dicen. Hay una cosa ñoña tipo Liga de la decencia que cree tener la verdad, eso nos ha llevado a expresiones muy ridículas de intolerancia.

¿Vivimos tiempos intolerantes?

Por supuesto, no podemos olvidar que las redes sociales trajeron a los adolescentes al discurso de la moral. Y los adolescentes no han vivido todavía lo suficiente, sin embargo, juzgan y critican desde su poca experiencia de vida, eso ha creado una moral muy rígida porque el adolescente tiende a ser rígido. Vivimos tiempos cacofónicos, de mucha estridencia.

¿Cuál es tu opinión de la escritura vía Inteligencia Artificial?

En mi novela Salvaje tengo una frase, “te sobra mundo, pero te falta calle”.  Sobre la Inteligencia Artificial podemos decir: “te sobra programación, pero te falta calle”. La novela también tiene que ver con experiencia vital, sentimiento, roce, herida, con cómo te curas, y eso no lo tendrá la Inteligencia Artificial por más que la alimentes de información. Soy de la idea de que los gobiernos del mundo tendrían que detener este tipo de avances, me parecen una exageración y un exceso. No quiero que como especie nos lamentes de lo que hicimos.

Pero más que la tecnología, el tema debería ser el uso que hacemos de ella, ¿no?

Para empezar la tecnología no está democratizada, se concentra en determinados países; está en pocas manos y no sabemos cómo se utiliza. A través de una lectura del rostro ya pueden identificar a una persona en un concierto para detenerla, si es un delincuente está bien, pero qué sucede con los disidentes. Creo que ya es momento de parar esto.

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