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¿Deben desaparecer las ‘mañaneras’? | Artículo

Por Antonio Salgado Borge

Esta pregunta, formulada por Carmen Aristegui a Denise Dresser la semana pasada en el programa Aristegui en Vivo, reabrió un intenso y necesario debate sobre el futuro de uno de los emblemas de la Cuarta Transformación. Y es que, para esta académica, una solución ante la degradación “tendría que ser el fin de las mañaneras”.

Tres principales estrategias defensivas han sido desarrolladas como respuesta a planteamientos eliminativistas, como el de Denise Dresser. En este artículo argumentaré que todas tienen fallas importantes. Sin embargo, también plantearé que de estas estrategias podemos rescatar algunos elementos que permiten generar una más sólida defensa de las mañaneras.

Estrategia 1: Rechazar la Pregunta

La primera consiste en rechazar la pregunta formulada por Carmen Aristegui; es decir, en negar que exista una degradación de la deliberación racional pública en México.

En este sentido, Violeta Vázquez-Rojas Maldonado ha sugerido que no existe polarización entendida como el hecho de que “las posturas políticas más prominentes dividen a la población en dos partes iguales” pues “la aprobación del proyecto obradorista cuenta con una holgada mayoría.”

Para esta analista, la restricción de la discusión al interior de esta “holgada mayoría”, y por ende la exclusión de la deliberación de quienes no pertenecen a ella, no implica una degradación del debate público: “no es que ya no queramos discutir, es que ya no nos interesa discutir con los mismos… la mayor parte del debate discurre entre convencidos de un proyecto que, en su interacción, se van dando cuenta de que no necesariamente piensan igual.”

Un problema con esta línea de defensa es que es un error suponer que la polarización política implica necesariamente la división simétrica de un grupo en dos polos. En realidad, la simetría o asimetría del tamaño de estas esferas o polos es trivial cuando se trata de determinar si una sociedad está polarizada; la polarización es un fenómeno que consiste en la división de la población total de un país en dos esferas radicalmente antagonizadas: “nosotros y “ellos”. La idea de que es saludable que el debate ocurra entre los integrantes de una esfera, ignorando a los integrantes de la otra, presupone entonces la polarización que se niega. ¿Cómo discutir eventos tan relevantes como compra de las plantas de Iberdrola o el papel de árbitro electoral en México cuando se deja fuera la parte más sustancial del desacuerdo?

Alguien podría alegar que esto no es necesariamente negativo; que este estado de cosas excluye a parte de aquellos que, durante años, han defendido el status quo. Pero a ello se debe responder que, incluso si uno los considera erróneos, la regla de oro para dar cabida a argumentos rivales es que éstos aludan a estados de cosas falsificables y respeten los principios de la razón; poco o nada importa de dónde vienen, la intención que tienen, o si a uno le gustas sus conclusiones. Esta regla ha sido indispensable para el progreso intelectual, moral y científico de la humanidad: este no fuese el caso, seguiríamos instalados en el medievo. Lo contrario contribuiría a formar “cámaras de eco”; espacios donde la calidad de la discusión se deforma o degrada.

Esto no es todo. Sobradas evidencias de la degradación del debate público pueden ser encontradas en los crecientes niveles de desinformación u odio en redes. Por ejemplo, el Seminario sobre Violencia y Paz del Colmex, Mesura y Article 19 han dado cuenta de esto. A ello hay que sumar que en nuestro país esta degradación no parece exclusiva de una de las esferas confrontadas: redes de bots, superdifusores, insultos, agresiones y descalificaciones abundan en ambos polos.

Estrategia 2: La mañanera como ejercicio de información y de rendición de cuentas

La segunda estrategia a revisar consiste en admitir la degradación, pero alegar que la mañanera es un ejercicio de información y de rendición de cuentas.

Una estrategia de este corte ha sido planteada por Fabrizio Mejía. Para este escritor, las mañaneras demuestran la “pedagogía” de la cuarta transformación con su narración histórica del país y exhiben información a través de “gráficas, encuestas, y seguimiento numérico de la economía, la aprobación, la vacunación”.

Coincido con Fabrizio Mejía en que la información y la rendición de cuentas es clave para la salud de una democracia. También me parece claro que, contra lo que desde el enfoque neoliberal se ha postulado, un gobierno tiene una responsabilidad clave en la educación política de sus ciudadanos.

Sin embargo, es falso que las mañaneras sean un ejercicio de rendición de cuentas. Y es que estos eventos suelen ser acaparados por personajes o medios creados ex profeso para arengar al Presidente. Cuando algún periodista hace una pregunta incómoda, el Presidente evade responder y se sale por tangentes; cuando responde directamente, suele hacerlo con falsedades o sin sustento –algo que Article 19 ha documentado sobradamente–

A lo anterior hay que sumar algo reconocido por varios pensadores del fenómeno conocido como Ilustración o Ilustraciones: una auténtica pedagogía progresista no puede quedarse en la difusión de una colección de hechos; debe reconocer la relevancia de la crítica y la autocrítica con base en la razón y las estructuras de pensamiento. Por desgracia, claramente esto no es lo que ocurre cuando un Presidente pide confianza ciega, evita responder a objeciones puntuales, se resiste a formular argumentos o, de plano, utiliza descalificaciones ad hominem –es decir, consistentes en descalificar a la persona, y no en indicar por qué son falsos los hechos que señala o inválidos sus argumentos–.

Estrategia 3: La mañanera como mal necesario

La tercera y última línea de defensa pasa por aceptar a pesar de que la degradación es real y que las mañaneras abonan a ella, estos eventos tienen que mantenerse en miras de un bien superior.

Un argumento de este corte ha sido planteado recientemente por Julio Hernández “Astillero”. De acuerdo con este reconocido periodista, las mañaneras son “un acto de legítima defensa política y mediática de un Presidente de la República que renunció a utilizar los servicios comerciales y la consecuente gestión política de una prensa convencional que, sin ese contrapeso matutino, tendría hoy el control de la narrativa y la agenda nacionales.”

Este argumento parte de una verdad catedralicia: buena parte de la prensa que durante décadas se dedicó a complacer a los gobiernos del PRI o del PAN ahora parece dedicada a atacar, a través de falsedades e información manipulada, al proyecto del Presidente. También está plenamente documentado que el actual gobierno ha reducido su gasto en publicidad de forma importante. De estos hechos, planteamientos como el de Julio Astillero derivan que, a pesar de sus excesos, las mañaneras deben mantenerse si se quiere preservar la transformación en curso.

A diferencia de las dos líneas de defensa anteriores, esta estrategia tiene solidez conceptual y está basada en hechos. Sin embargo, a mi juicio tiene dos deficiencias principales.

Una de ellas es que no considera que, aunque el gasto en publicidad oficial se ha reducido, este sigue siendo profundamente discrecional y claramente ha beneficiado a medios dedicados a apoyar sin reservas al Presidente –como “La Jornada”, “TV Azteca” o “Por Esto!”–. Es decir, la Cuarta Transformación ha logrado construir un ecosistema de medios incondicionales con el fin de apagar el fuego enemigo con su propio fuego. Y de esto se desprende que las mañaneras no son la única herramienta a disposición del Presidente.

La otra deficiencia de esta estrategia consiste en que asume que la Cuarta Transformación es más importante que la salud del debate público y, por ende, de la vida democrática en México. Si el costo que hay que pagar por la 4T es la pérdida de racionalidad en la deliberación y el encogimiento de hombros ante dos fuerzas manipuladoras encontradas, hay quienes no estaríamos dispuestos a pagarlos.

Lo que las mañaneras pueden (y deben) ser

Hemos revisado tres principales líneas de defensa que han sido planteadas para defender a las mañaneras: (1) la negación de la degradación del debate público, (2) la idea de que, aunque la degradación es real, las mañaneras contribuyen en realidad a mejorar el debate público y (3) la idea de que, si bien la degradación es real y que las mañaneras abonan a ella, éstas deben mantenerse con el fin de salvar a la 4T de sus enemigos.

Del rechazo de estas líneas no se sigue que las mañaneras deben eliminarse, como propone Denise Dresser. Hemos visto que el gobierno tendría que jugar un rol importante en la formación de los individuos críticos y autocríticos que requiere una democracia, que la rendición de cuentas es fundamental y que existe una preocupante cargada de medios y periodistas siempre alineados con el poder económico o con los gobiernos que le sirven –algo que nunca será saludable en una democracia–.

Las mañaneras tienen entonces una función que jugar en el debate público. En consecuencia, lejos de desaparecer, estos ejercicios tendrían que ser reformulados como lo que siempre debieron ser: conferencias de prensa donde el Presidente rinde cuentas a toda la gente que representa respondiendo, con argumentos y datos, a las preguntas planteadas por periodistas, personas expertas o personas elegidas mediante mecanismos transparentes y justos. Así es como se defiende un proyecto de transformación congruente y consistente. Y así es como se atajan críticas injustas sin abonar a nuestro muy degradado debate público.

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