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“Si la poesía no es transparente no es nada”: Benito Taibo

Benito Taibo (Ciudad de México, 1960) creció en una familia donde la poesía estaba tan presente como la comida. Desde pequeño se familiarizó con los autores de la Generación del 27 y del Siglo de Oro, de ellos aprendió una forma de ver el mundo y también de expresarse a través de las palabras.

Antes incluso de ser el exitoso escritor de literatura juvenil que hoy es, Taibo fue poeta. Incluso, cuenta, uso algún verso para ligar. Sin embargo, sus trabajos en la gestión pública y en particular su carrera como novelista lo llevaron dejar de lado la lírica. Hoy aquel distanciamiento parece zanjado con la publicación de Pasar inadvertido (Seix Barral), su primera antología poética.

La poesía siempre ha sido una compañera para ti. ¿Qué sensación te produce la antología?

Me produce ese esperado reencuentro que he tenido con la poesía después de haberme separado de ella, pues por diversos motivos le entré a la narrativa enloquecidamente. Estuve en el taller de poesía de Carlos Illescas en 1977, tenía 17 años, el resto de los participantes eran mayores que yo y fui destruido, pero eso me sirvió para entrarle al tema y aprender, como bien decía José Emilio Pacheco, a tener ese lápiz maravilloso, muy afilado en una punta y con goma de borrar inmensa en la otra, a intentar encontrar las palabras precisas, no andarme por las ramas y no buscar metáforas innecesarias. No es una antología completa porque en el camino se perdieron un montón de cosas. Gracias a Imelda (mí pareja) y los dos libros que todavía existen, que son Recetas para el desastre y De la función social de las gitanas, pude recuperar un montón de cosas. Estoy muy contento y espero estén contentos aquellos que lo reciban.

¿Qué te decían los maestros?

Decían que había que saber utilizar las palabras y leer mucho más de lo que se escribe, lo decía Borges, “estoy más orgulloso de lo que he leído que de lo que he escrito”. Uno tiende a imitar cuando empieza a escribir, particularmente en poesía imita a los que quiere, hasta que encuentras tu voz, tu tono y tu manera de decir las cosas. Tengo la enorme fortuna de que nací en una familia donde la poesía era una constante permanente, se decía poesía en la mesa familiar a la menor provocación. Mi padre se sabía larguísimos poemas de las Generaciones del 27 y del 98, y en cuanto aparecía un nuevo poeta o nueva corriente de poesía en nuestra vida, inmediatamente era leída en voz alta. Estoy convencido de que la poesía entra por los oídos.

De alguna manera en tus poemas hay ecos de todos ellos, es una poesía muy transparente.

Confío en que sí, si la poesía no es transparente no es nada. Juan Gelman me dijo alguna vez que era una poesía clara y sencilla. Solo pretendo contar con palabras cosas que salen del alma, aunque parezcan lugares comunes, finalmente la poesía está plagada de ellos, son los lugares donde se vive, donde se respira, donde se sufre, en los que uno tiene referencias y encuentra en ella un atisbo de uno mismo, la otredad.

¿Cómo fue tu reencuentro con estos poemas? ¿Te sientes orgulloso de algunos, te avergüenzas de otros?

No me avergüenzo de nada porque respeto mucho a ese yo que los escribió de 18, 20 y 23 años. Eso es lo que sentía, así lo contaba y seguí contando. Por otro lado, sigue siendo la esencia misma de mi propia vida y percepción del mundo.

Con el paso del tiempo no se ha matizado tu percepción del mundo.

Sí, sin lugar a dudas, pero también es cierto que para que haya desencanto primero tiene que haber encanto. No puedes estar desencantado sin haber tenido este atisbo de maravilla, de belleza, locura, pasión, desencuentro, desamor o tristeza. Muchas cosas las escribí en una época en que la estaba cayendo en un montón de excesos y eso se refleja sin lugar a dudas, en ellos.

¿La literatura salva de esos momentos?

La literatura salva, está ahí. Luis Rius, uno de mis mentores dice algo muy bonito: “no podemos vivir como si la belleza no existiera”. El mundo es un lugar terrible, oscuro, siniestro, en el que pasan cosas terribles, sin embargo, tiene que haber lugar para lo extraordinario, para el asombro, la maravilla, de lo contrario sería una vida absolutamente terrible y triste. Un día Borges daba una conferencia en Buenos Aires, en los años 50 y un periodista con muy mala leche que estaba en la última fila levantó la mano y le preguntó: “¿para qué sirve la poesía?”, Borges dudó un segundo y respondió: “¿Y para qué sirven los amaneceres?” Mantengo esa misma teoría, la poesía sirve para lo mismo que sirven los amaneceres.

Varios de tus lectores jóvenes tal vez se acerquen a la poesía por primera vez con tu libro.

Eso me entusiasma enormemente. Todo mundo dice que en este país no se lee o se vende poesía, las editoriales dicen que no quieren publicarla porque no se vende. Creo que estamos viviendo tiempos maravillosos e inéditos donde la poesía está volviendo a tomar una suerte de auge. Tengo la absoluta sensación de que los jóvenes encontrarán la otra parte de la otredad que existe en la poesía.

¿Por qué se edita poca poesía?

Es una enorme pregunta que proviene de una falsa premisa que es que no se lee poesía en el mundo. Yo digo que sí se lee y tenemos como demostraciones, las extraordinarias recepciones a los libros de Luis García Montero, sin duda el gran poeta de mi generación. Cada vez hay más poesía en la calle, en los oídos de estos jóvenes que están ansiosos por encontrarse a sí mismos. En El Cartero de Neruda, de Skármeta, hay un diálogo entre el poeta y el cartero que le roba sus textos sin ninguna mala fe, porque los utiliza para ligar, el poeta le responde algo que me parece maravilloso y es una suerte de bellísima bandera para estos tiempos: “la poesía no es de quien la escribe, es de quien la necesita”. Estoy convencido de que la poesía es de quien la necesita.

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