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Mala semana para Trump, buena semana para Estados Unidos | Artículo

Por Antonio Salgado Borge

Las elecciones de medio término en Estados Unidos son consideradas como un referéndum al Presidente en turno y a su partido.

El registro histórico es contundente: todos los gobernantes con aprobación ciudadana de alrededor de 40% han terminado por ceder a la oposición el control del Congreso.

Las debacles pueden ser espectaculares. Con ese porcentaje de aprobación, el Partido Demócrata de Barack Obama perdió alrededor de 60 posiciones legislativas y el Partido Republicano de Trump cerca de 40.

La aprobación de Joe Biden es similar a la que en su momento tuvieron Obama y Trump. Además, los estadounidenses suelen votar con una mano en el bolsillo, y Estados Unidos enfrenta, como buena parte del mundo, un problema de inflación preocupante.

Era entonces natural suponer que los Republicanos arrasarían en la elección de esta semana. Sin embargo, la “ola roja” que Trump y compañía celebraban anticipadamente no terminó por materializarse.

Al momento de escribir este artículo, lo más probable es que los Demócratas mantengan el control del Senado. El pronóstico es que los Republicanos obtendrán una mayoría minúscula en la Cámara de Representantes, aunque The Washington Post publicó este viernes un análisis indicando que, dada la ubicación de parte de los distritos en disputa (California) y las características de los votos que faltan por contar, los Demócratas podrían retenerla.

Ante este resultado, dos preguntas son obligadas. La primera implica un análisis retrospectivo: ¿cuáles son las causas que explican este fenómeno? La segunda implica una evaluación prospectiva: ¿qué significa para el futuro de ambos partidos y, en consecuencia, para la democracia estadounidense?

Empecemos por revisar las razones detrás fenómeno. Aunque es pronto para sacar conclusiones definitivas, existen algunos elementos clave cuando se trata de explicar estos números inusuales.

Uno de estos elementos es que, contrario a lo que el culto a Trump y dinámica populista entre algunos Republicanos pueden sugerir, la mayoría de los estadounidenses parecen añorar la normalidad electoral y democrática.

En este ciclo electoral, alrededor de trescientos candidatos Republicanos hicieron campaña defendiendo la “gran mentira”; la idea disparatada e infundada de que Trump ganó la elección presidencia de 2020 y Joe Biden llegó al poder gracias a un fraude.

En algunos estados, esta lista incluyó a personas que se postularon para puestos encargados de administrar los procesos electorales. Pero este año los negacionistas electorales fueron abrumadoramente derrotados.

Además, la marca Trump demostró ser, por segunda elección al hilo, tóxica para su partido. En esta elección apoyó a un puñado de Republicanos de alto perfil participando en competencias reñidas. Casi todos perdieron o están en ruta a perder ante sus rivales.

También fueron derrotados la mayoría de los lunáticos extremistas que buscaban copiar la metodología trumpista. Quizás el ejemplo más claro de ello es el del Doug Mastriano, candidato a gobernador de Pensilvania que defendió la idea de la “gran mentira”, calificó el calentamiento global como “fake news” y ha abogado por posiciones antisemitas, anti-LGBTI+ y anti-islam.

A ello hay que sumar un elemento adicional: el hecho de que Trump estuviese haciendo campaña abiertamente a favor de estas figuras pudo haber sido, en sí mismo, un factor determinante.

En Estados Unidos las elecciones intermedias suelen ser una especie de referéndum al presidente en turno. Pero en esta elección todo parece indicar que para muchas personas las elecciones fueron un referéndum a su expresidente. Es decir, la presencia de Trump quitó a los Republicanos esa ventaja competitiva.

Un último elemento que ayuda a explicar el resultado favorable en términos comparativos para los Demócratas es la desarticulación del llamado “efecto termostato”. Cuando el público siente que un gobernante se ha tirado demasiado hacia un extremo, los votantes estadounidenses suelen buscar corregir apoyando a su polo puesto.

Por ejemplo, cuando la agenda de un gobernante es percibida como demasiado tirada a la derecha o a la izquierda, las siguientes elecciones tienden a favorecer al partido ubicado en el extremo del espectro político opuesto.

Pero en las elecciones de este año no hubo “efecto termostato”. Esto se debió, en buena medida, a una reciente decisión de la Suprema Corte que permitió a los gobiernos Republicanos más conservadores desconocer el derecho a decidir la terminación del embarazo que tenían reconocido millones de mujeres en Estados Unidos.

En estados gobernados por Republicanos o con posibilidad de ser gobernados por éstos, el Partido Demócrata apostó por capitalizar este descontento en las urnas. En algunos sitios, como Kansas o Michigan lo hizo poniendo literalmente en la boleta el asunto a manera de referéndum. En otros, como Pensilvania, postuló a candidatos capaces de bloquear el posible intento Republicano de desconocer este derecho.

El resultado fue masivamente exitoso para los Demócratas. Nunca antes un derecho había sido retirado a la población estadounidense. La mayor parte de los habitantes están en contra de la decisión de la Suprema Corte.

Encuestas de salida, como la de la NBC, muestran que el aborto fue para los electores casi tan importante como su preocupación por la inflación, y que la mayoría de quienes dijeron que el aborto era su principal preocupación votaron por el Partido Demócrata.

Los elementos anteriores ayudan a explicar por qué los Demócratas lograron evitar la ola roja Republicana. ¿Qué podemos esperar para los próximos dos años?

Por el lado del Partido Demócrata, aunque el gobierno de Joe Biden podría resultar seriamente limitado si los republicanos controlan la Cámara de Representantes, es previsible que el resultado obtenido, positivo en términos relativos, termine determinando la estrategia a seguir rumbo a 2024.

De esta forma, el partido del actual presidente estadounidense buscará postular a personas capaces, serias y que puedan apelar a independientes y Republicanos hartos de la locura del movimiento trumpista.

También es anticipable que continúen centrados en defender los derechos de las mujeres y la democracia (incluso si esto implica replicar su estrategia de apoyar financiera y electoralmente en la elección interna Republicana a candidatos que buscan lesionarla por considerarlos más “derrotables”).

La gran duda es si Joe Biden se postulará nuevamente como candidato a la presidencia. En Estados Unidos el presidente en turno suele ganar la reelección (Trump ha sido una de las pocas excepciones), pero Biden tendrá 82 años en 2024 y su aprobación probablemente seguirá siendo baja. En cualquier caso, los Demócratas navegan fuertes rumbo a 2024.

Por el lado del Partido Republicano las cosas lucen más complicadas. Es difícil imaginar que el trumpismo y la “gran mentira” se disiparán en un par de años. En consecuencia, dentro de dos años probablemente veremos más candidatos Republicanos seleccionados a mano por ese expresidente.

Esto no es todo. Uno de los pocos sitios donde hubo “ola roja” fue Florida. Cuatro años después de ser elegido por un margen minúsculo, el gobernador Ron De Santis superó a su rival por casi 20 puntos y su partido arrasó en las elecciones legislativas; el margen más amplio en ese estado desde la era de la guerra civil estadounidense.

Este resultado ha empoderado a De Santis, un ultraconservador a quien muchos ven como el reemplazo natural de Donald Trump. Mucho se ha comentado que Trump está furioso y que se dispone a enfocar sus baterías contra De Santis para neutralizarlo en la víspera de una elección primaria o interna Republicana.

En uno de sus últimos mítines rumbo a la elección de esa semana, Trump afirmó en tono críptico: “yo podría decirles cosas sobre él que no son nada halagüeñas; sé más de él que cualquier otra persona, con excepción, quizás, de su esposa”.

Este encontronazo, además de implicar distracción, pérdida de tiempo y recursos para los Republicanos, indica que la fracción ultraconservadora de ese partido podría fracturarse, quitando así poder a ambos precandidatos y abriendo espacio para competidores más moderados en la elección primaria.

Finalmente, el margen minúsculo que los Republicanos tendrán en la Cámara de Representantes –si logran controlarla– hará que Kevin McCarthy, su probable líder, tenga que enfocarse en mantener a su partido unido si busca contar con los votos suficientes para avanzar su agenda. Y esto se antoja complicado cuando se avecina una guerra interna entre los legisladores trumpistas más radicales y los legisladores Republicanos más convencionales.

Por los motivos anteriores, a partir de esta semana el futuro luce mucho más oscuro para los Republicanos y más brillante para los Demócratas. Y estas son excelentes noticias para un país cuya democracia es amenazada por un partido que todavía está en control de un puñado de iliberales desquiciados.

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