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“Las devoradoras de un ardiente helado”

CIUDAD DE MÉXICO (apro).–Antonio González Caballero escribe Las devoradoras de un ardiente helado en 1972, y rompiendo con el realismo en el que se le había encasillado, se aventura en un teatro del absurdo, con palabras inventadas, asociaciones libres y un lenguaje único que nos llena de regocijo. Su inventiva tan particular crea un mundo sui generis donde los personajes pueden hablar en verso o saltar de un tema a otro intempestivamente o dar significados distintos a las palabras y los objetos.

El contenido que sugiere Antonio González Caballero parte de una problemática familiar: las relaciones triangulares entre la madre, el hijo y la suegra, mostrándolas como relaciones que ahogan al individuo, tanto por la tradición de la familia mexicana, como por los condicionamientos sociales. Así, una mujer se siente nada mientras no pueda tener un hijo, y sus frustraciones y enojos se acrecientan por lo poco que le ofrece su marido vestido de marinerito, como lo indica González Caballero: camas individuales, mínima atención y muchos berrinches.

Circe se inventa hijos intentando inventarse una razón de ser. El hijo-esposo, infantilizado, dominado por su madre que pelea con Circe su suegra para mantener el control. Mujeres devoradoras y competidoras entre sí, y al mismo tiempo aliadas que se quieren y se odian. Al esposo-hijo no le queda más que conformarse, hacer pucheros y de vez en cuando pretender liberarse de esa opresión.

La visión desesperanzadora y crítica que tiene el autor sobre las relaciones típicas de la familia mexicana no deja de tener vitalidad y alegría, y explica un poco esa sensación de los personajes de impotencia y frustración, acompañada de desamor, amor intenso y destructivo.

Emmanuel Márquez, director y adaptador de la obra, y discípulo del autor en algún momento, crea una obra de teatro colorida y vibrante con una estética drag que realza la propuesta dramatúrgica. Las atractivas pelucas y aditamentos para la cabeza diseñadas por Shayra Kämpfer crecen al personaje, al igual que el maquillaje de Little Miss Salma que remarca esta farsa enloquecida conformada por arquetipos cargados de humor y exaltación.

El director retoma el teatro de revista y de carpa, donde se mezcla el canto, la sobrecaracterización, los gags y las muletillas, resultando una puesta festiva y humorística con ingeniosos recursos escénicos y de movimiento.

Los actores son ellas: dos grandes Drag Queens interpretadas por Jorge Zárate como la madre y Misha Arias de la Cantolla como la esposa. El movimiento corporal de ésta es espectacular, un trabajo detallado, preciso y con gran estilización. Jorge Zárate se luce con una excelente caracterización; utiliza diversas tonalidades y provoca simpatía en el espectador. No se queda atrás Omar Esquinca en el papel de Dieguín, y Ángel Enciso, quien con gran versatilidad se convierte en varios personajes, cerca de un Mefistófeles mexicano, atrevido y chispeante.

Antonio González Caballero ha sido un autor bastante olvidado. Si bien en los sesenta se montaron obras de teatro con gran éxito, a finales del siglo XX poco se le conocía. Julio Castillo en 1980 hizo una versión de El estupendhombre en el Teatro del Bosque y Las devoradoras de un ardiente helado apenas dio unas cuantas funciones en Mexicali dirigida por Ángel Norzagaray.

Ahora, Las devoradoras de un ardiente helado dirigida por Emmanuel Márquez, fundador y director de la compañía FiguraT, se presenta con muy buenos resultados en el teatro Julio Castillo en una corta temporada. Una puede reírse y disfrutar el juego de unas mujeronas que, a través de un espejo deformante, retratan cómo son estas familias tan mexicanas. 

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