Rebelión
Nacional

La marcha por la democracia

A punto de cumplirse cuatro años del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, por primera vez una causa aglutinó a sus opositores y los sacó a las calles: la defensa del sistema electoral.

El desafío a López Obrador no fue menor; tanto, que desató una guerra de cifras cuando apenas concluía la manifestación.
En un país polarizado, es lógico que haya dos extremos para cuantificar las dimensiones de una marcha como ésta.

Por un lado, el secretario de Gobierno de la Ciudad, Martí Batres, dijo que desde el Centro de Monitoreo se veían entre 10 mil y 12 mil personas.

Por otro lado, el exdirector del CISEN en el sexenio de Felipe Calderón, Guillermo Valdés, soltó la estratosférica cifra de “640 mil marchantes”, calculados a partir de la gente que cabe en los 4 kilómetros que hay entre la Glorieta de la Diana y el Monumento a la Revolución.

Lo cierto es que ni eran tan poquitos, como se apresuraron a asegurar los voceros del lopezobradorismo, ni tantos como los que hubieran deseado los organizadores y dirigentes de los partidos de oposición.

La marcha no dio como para aceptar el reto del presidente de intentar llenar el Zócalo, pero estuvo muy lejos de ser el fracaso pregonado por el oficialismo.

La marcha denominada #ElINENoSeToca tuvo como principal expresión la capital del país, pero se replicó en más de 50 ciudades de todo el país, y en algunos lugares de Estados Unidos y Europa.

La participación desbordó, por mucho, las expectativas del Frente Cívico Nacional, principal organización convocante, y mostró que el antilopezobradorismo existe y crece.

La manifestación estaba conformada de muchas cosas: una auténtica preocupación por la reforma que se negocia en la Cámara de Diputados, hartazgo por las descalificaciones mañaneras a todo aquel que piensa diferente, ganas de mostrar el músculo de una sociedad plural y -hay que admitirlo- una pequeña dosis de oportunismo de algunos políticos.

Incluso, se respiraba en el ambiente la ilusión de que eso fuera el inicio de algo más grande; acaso la semilla de un movimiento que pueda tener una expresión electoral de peso en el 2024.

Lo gritaban algunos: “éste es el principio del fin de la 4T”.

Pero, según lo que se leía en las mantas y pancartas, el principal motivo para estar ahí era otro: la genuina preocupación por una reforma que, contrario a lo que dice el discurso oficial, sí busca suprimir muchas de las garantías del sistema democrático que permitió la alternancia de 2018.

José Woldenberg, primer consejero del IFE plenamente ciudadano y autónomo surgido de la reforma política de 1996, lo explicó con nitidez al final de la marcha:

Las próximas citas electorales deben contar con las mismas garantías que las del pasado inmediato: padrón confiable, equidad en las condiciones de la competencia, imparcialidad de los funcionarios electorales profesionales, conteo pulcro de los votos, resultados preliminares en la noche y, por supuesto, que ganadores y perdedores sean definidos por el voto de los ciudadanos y sólo por ellos.

De eso se trataba la marcha, cuyos primeros contingentes estaban conformados por jóvenes que no habían nacido en la época del partido hegemónico y las elecciones caracterizadas por el fraude.

Chavas y chavos que ignoran lo que era el “ratón loco”, “las urnas embarazadas”, “los padrones rasurados”, “los tacos de votos”, “los muertos que votaban”, “el carrusel” y otras muchas prácticas de una triste picaresca política.

Los que iban al frente de la marcha no conocieron todo aquello, ni los violentos conflictos postelectorales de los años 80 y 90, pero decidieron salir a la calle a exigir que no se toque lo que hoy funciona.

De todas las escenas vistas en la marcha, destacan el discurso de Woldenberg y el entusiasmo de esa juventud: niños acompañando a sus padres, preparatorianos y universitarios conformando un alegre contingente amenizado con batucadas, pelucas de colores y un coro que poco a poco se fue volviendo pegajoso: “¡a eso vine, a defender al INE!”.

Detrás de ellos, marcharon los contingentes de los partidos (PRI, PAN y PRD) y de las asociaciones civiles del llamado Frente Cívico Nacional, conformado por grupos de empresarios y exdirigentes partidistas.

Sí, ahí iban Claudio X. González y Gustavo de Hoyos, y también Javier Lozano y Carlos Alazraki, conspicuos representantes del antipejismo.

Entre la gente, se paseaban otros personajes recordados por su dudoso compromiso democrático cuando tuvieron el poder: el expresidente Vicente Fox; la eterna lideresa magisterial, Elba Esther Gordillo; el exgobernador de Tabasco, Roberto Madrazo; la exdirigente priista, Beatriz Paredes, por mencionar sólo a cuatro con el pasado más controvertido.

Y es que los miles de jóvenes que marchaban delante de ellos, con frescura y espontaneidad, tampoco vivieron episodios como las inequitativas elecciones de Tabasco en 1994, el caso Amigos de Fox y el Pemexgate (sancionados por el IFE de Woldenberg), el intento de desafuero a López Obrador o las turbias elecciones de 2006.

Cierto, la defensa del INE congregó de forma mayoritaria a personas que no son profesionales de la política, y mucho menos del acarreo; pero también estaban ahí los dirigentes de los partidos que tantas veces han provocado el desencanto ciudadano.

El priista Alejandro Moreno, al frente de un mini contingente priista, flanqueado por Rubén Moreira y Carolina Viggiano. El panista Marko Cortés, tomándose fotos con Fox y Santiago Creel. Y el perredista Jesús Zambrano, lidereando el pequeño grupo parlamentario de su partido.

Los actuales dirigentes de los partidos de la transición no fueron los protagonistas principales de la marcha, y ni siquiera aparecieron juntos, pues ni la defensa del INE ha reunificado su alianza electoral y legislativa.

Sin embargo, de ellos depende que un bloque opositor impida la reforma que sacó a toda esa gente a la calle.

Por separado, los tres rechazaron la iniciativa de reforma electoral del presidente López Obrador y -vaya alivio- advirtieron que no será aprobado ningún cambio que implique retrocesos antidemocráticos.
Lo declararon con la convicción de quien sabe que, de hecho, de eso depende su supervivencia después de 2024.

La marcha inició a las 11:00, aunque la congregación comenzó desde las 8 de la mañana.

Woldenberg habló a las 11:51, cuando mucha gente ni siquiera había salido del Ángel de la Independencia.

En ningún momento, los contingentes se congregaron simultáneamente en los alrededores del Monumento a la Revolución, lo que fue usado por voceros de Morena para minimizar y descalificar la manifestación.

A las 14:00 horas, aún había gente caminando por Paseo de la Reforma, de regreso a sus casas.

Las cartulinas, mantas, pancartas y banderines fueron pegadas en las rejas del edificio del Senado de la República, que quedó tapizado con cientos de consignas y demandas.

Los manifestantes fueron invitados por los organizadores a subir todos sus testimonios en foto y video a sus redes sociales, por lo que a la marcha presencial le siguió la manifestación virtual.

Ahí, en las redes, también cundió el antilopezobradorismo y el recordatorio del reto que AMLO lanzó hace meses en una mañanera, cuando declaró que, a la primera manifestación de cien mil personas, él se regresaba a su rancho en Palenque, Chiapas.

Justo en su rancho estaba el presidente, festejando su cumpleaños 69, el día en que el desafío de los que no lo avalan se convirtió en marcha multitudinaria.

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