CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Las narraciones sobre narcos y tráfico de sustancias prohibidas siguen en boga; si bien en nuestro país la televisión abierta elude esos temas, la de paga o las OTT producen para difundir una y otra temporada.
Las hay de dos tipos: relatos totalmente de ficción y aquellas apoyadas en personajes reales en una gradación que va del intento biográfico a la simple referencia. Entre estas últimas, la figura de El Chapo Guzmán ha tenido tratamientos diversos. Múltiples telenovelas, varias series hablan de su actividad entremezclada con acontecimientos de su cotidianeidad personal.
El líder del cártel de Sinaloa estuvo interesado en que su vida pasara a la pantalla, por supuesto con una historia que le favoreciera. El encuentro con los actores Kate del Castillo y Sean Penn dio lugar a una polémica sobre las verdaderas intenciones de éstos al hablar con el capo. Resultado posterior fue una serie de cuatro capítulos que se llama Cuando conocí al Chapo, a cargo de Kate.
Después de dos fugas y re aprensiones, Joaquín Guzmán Loera fue extraditado a Estados Unidos. Aun así su figura continúa siendo objeto de relatos, narraciones según las cuales se recrean tanto sus buenos actos como sus fechorías. En vista del éxito de la serie Narcos, producida por Netflix, salió a la luz la cuarta temporada; en ésta, El Chapo tiene un papel secundario ya que la historia se centra en el surgimiento del cártel de Guadalajara después del asesinato de Kiki Camarena.
Antes de que la cuarta temporada de Narcos viera la luz, Univisión y Netflix produjeron el relato denominado El Chapo. Consta de tres etapas, desde 1985 en que Loera entró al cartel de Guadalajara, hasta su caída después de la segunda fuga de la cárcel y su posterior traslado a una prisión de Nueva York, en donde espera ser juzgado.
A diferencia de Narcos, que tiene como primer protagonista a Pablo Escobar, en El Chapo la figura estelar es la de Guzmán. Sin embargo se le retrata, según su abogado, como un “criminal despiadado”. Tal imagen no es del agrado de sus defensores, quienes la encuentran en perjuicio del acusado. Amagaron con levantar una demanda en contra de las productoras por “daño moral”, aunque poco tiempo después se retractaron al alegar que no querían interferir con el juicio que se lleva a cabo en contra de Guzmán Loera.
Viendo la serie con distancia el alegato carece de sustancia. Tanto los mafiosos como los funcionarios, los policías, los militares coludidos con el tráfico de estupefacientes, son violentos. De un lado y del otro se ven asesinatos a sangre fría, torturas, traiciones. Existen situaciones ficticias aunque también reales con las cuales se puede identificar el público.
Después de tantos títulos, las novelas de narcos empiezan a repetirse, a aburrir. Las diferencias entre ellas se circunscriben más a la realización que a las historias.
Este texto se publicó el 28 de enero de 2018 en la edición 2152 de la revista Proceso.
Las hay de dos tipos: relatos totalmente de ficción y aquellas apoyadas en personajes reales en una gradación que va del intento biográfico a la simple referencia. Entre estas últimas, la figura de El Chapo Guzmán ha tenido tratamientos diversos. Múltiples telenovelas, varias series hablan de su actividad entremezclada con acontecimientos de su cotidianeidad personal.
El líder del cártel de Sinaloa estuvo interesado en que su vida pasara a la pantalla, por supuesto con una historia que le favoreciera. El encuentro con los actores Kate del Castillo y Sean Penn dio lugar a una polémica sobre las verdaderas intenciones de éstos al hablar con el capo. Resultado posterior fue una serie de cuatro capítulos que se llama Cuando conocí al Chapo, a cargo de Kate.
Después de dos fugas y re aprensiones, Joaquín Guzmán Loera fue extraditado a Estados Unidos. Aun así su figura continúa siendo objeto de relatos, narraciones según las cuales se recrean tanto sus buenos actos como sus fechorías. En vista del éxito de la serie Narcos, producida por Netflix, salió a la luz la cuarta temporada; en ésta, El Chapo tiene un papel secundario ya que la historia se centra en el surgimiento del cártel de Guadalajara después del asesinato de Kiki Camarena.
Antes de que la cuarta temporada de Narcos viera la luz, Univisión y Netflix produjeron el relato denominado El Chapo. Consta de tres etapas, desde 1985 en que Loera entró al cartel de Guadalajara, hasta su caída después de la segunda fuga de la cárcel y su posterior traslado a una prisión de Nueva York, en donde espera ser juzgado.
A diferencia de Narcos, que tiene como primer protagonista a Pablo Escobar, en El Chapo la figura estelar es la de Guzmán. Sin embargo se le retrata, según su abogado, como un “criminal despiadado”. Tal imagen no es del agrado de sus defensores, quienes la encuentran en perjuicio del acusado. Amagaron con levantar una demanda en contra de las productoras por “daño moral”, aunque poco tiempo después se retractaron al alegar que no querían interferir con el juicio que se lleva a cabo en contra de Guzmán Loera.
Viendo la serie con distancia el alegato carece de sustancia. Tanto los mafiosos como los funcionarios, los policías, los militares coludidos con el tráfico de estupefacientes, son violentos. De un lado y del otro se ven asesinatos a sangre fría, torturas, traiciones. Existen situaciones ficticias aunque también reales con las cuales se puede identificar el público.
Después de tantos títulos, las novelas de narcos empiezan a repetirse, a aburrir. Las diferencias entre ellas se circunscriben más a la realización que a las historias.
Este texto se publicó el 28 de enero de 2018 en la edición 2152 de la revista Proceso.