Rebelión
Nacional

El Presidente y su apuesta por el resentimiento

Por Antonio Salgado Borge

“¿Quieres que regresen los corruptos? Ya sabes por quién vas a votar. ¿Quieres que siga la transformación? También ya sabes. ¿Quieres que siga el clasismo, que te sigan humillando? Ya sabes por quién vas a votar. ¿Quieres que siga el racismo? Ya sabes por quién vas a votar. ¿Quieres que continúe la discriminación? Ya sabes por quién vas a votar. “¿Quieres que se sigan entregando los bienes de la nación a particulares y extranjeros? Ya sabes por quién tienes que votar”.

Estas palabras del Presidente, expresadas durante una conferencia mañanera, han despertado una intensa discusión. No es para menos. Sus dichos constituyen un llamado indirecto, aunque no por eso menos obvio, a votar por su partido.

Pero la relevancia de este asunto ha provocado que otro aspecto del mensaje de AMLO pase virtualmente desapercibido. Y es que, en su invitación al voto, el Presidente enlistó a la corrupción y al saqueo efectuado por sus rivales, dos elementos predecibles en su discurso electoral, pero también incluyó al clasismo, a la discriminación y a la humillación; tres elementos que apelan claramente al resentimiento.

Aunque no es la primera vez que subraya estos elementos, el papel central que ocuparon en el más reciente y claro llamado del Presidente permite anticipar que en 2024 AMLO y Morena buscarán movilizar a millones de personas apelando al resentimiento.

Me parece que hay al menos dos formas generales de leer esta estrategia, una negativa y una positiva. En una lectura negativa, el Presidente estaría, una vez más, atizando la polarización para obtener réditos electorales. En contraste, en una lectura positiva, AMLO estaría quitando una venda de los ojos a millones de personas, contribuyendo así a transformar su visión del mundo.

En soporte de la lectura negativa puede argumentarse que al apelar al clasismo, a la discriminación y a la humillación el Presidente está simplemente instrumentalizando una más de las estrategias en el repertorio de manipulación que caracteriza al populismo contemporáneo: la llamada “política del resentimiento”.

En este mismo espacio hemos visto que AMLO es populista porque el término “populista”, en su sentido relevante, se refiere a quien basa su proyecto explotar la polarización; es decir, a quien empuja una concepción de la población como dividida en dos grupos: el pueblo bueno y la élite corrupta. También vimos que AMLO usa las estrategias más notables que caracterizan a los populistas actuales.

De acuerdo con la lectura negativa, al hacer de la “política del resentimiento” uno de los motores fundamentales de su base, el Presidente estaría entonces emulando a Donald Trump y atizando el rencor y el odio de un grupo de la sociedad hacia otro.

Más soporte a favor de la lectura negativa puede encontrarse en el hecho de que el racismo, clasismo y humillación se insertan dentro de un fenómeno más amplio al que AMLO ha llamado una “revolución de las conciencias” y al que ha vinculado con su movimiento.

El Presidente ha planteado que la “revolución de las conciencias” consiste en un cambio de mentalidad que va más allá de cualquier transformación física. Esto es importante, pues para un presidente o partido en el poder es muy cómodo y conveniente hacer campaña montados en una transformación que, por definición, no es evaluable en términos de las acciones concretas de su gobierno.

Es momento de pasar a la lectura positiva del lugar estelar que el Presidente ha asignado al clasismo, a la discriminación y a la humillación en su discurso.

En defensa de la lectura positiva puede plantearse, en primer lugar, que estos tres elementos, forman parte de una realidad que lacera cotidianamente a millones de personas; es decir, el Presidente claramente no está inventando su existencia.

A ello hay que sumar que, durante décadas, esta realidad ha sido virtualmente borrada de las campañas presidenciales y de los medios de comunicación masivos, como Televisa o TV Azteca. Al poner sobre la mesa y martillar estos elementos, AMLO habría logrado que un estado de cosas opresivo deje de ser considerado inmutable o normal para millones de personas.

En el mismo sentido se puede plantear que desvelar este estado de cosas opresivo es un paso fundamental en el camino hacia transformar las estructuras que han permitido que esa opresión se sostenga a través del tiempo. Por el contrario, no quitar esa venda de los ojos es sumamente lucrativo para quienes se benefician de este estado de cosas.

O, por ponerlo en términos más concretos, en soporte de la lectura positiva puede postularse que con su discurso del Presidente ha buscado intencionalmente despertar una latente conciencia de clase. En este sentido, no sería casualidad que el Presidente incluya el reconocimiento del clasismo, de la discriminación y de la humillación en eso que llama una “revolución de las conciencias”.

Es momento de hacer un corte de caja. Hemos visto que hay dos formas de leer el énfasis que el Presidente ha dado al clasismo, a la discriminación y a la humillación al llamar indirectamente a votar por Morena: una negativa y una positiva. Es natural preguntarnos entonces cuál de estas lecturas es la correcta.

Pero esta pregunta implica un falso dilema, pues, contrario a lo que podría suponerse, la lecturas negativa y positiva son complementarias, no excluyentes.

Y es que del hecho de que el Presidente, como todo populista contemporáneo, esté utilizando la “política del resentimiento” no se sigue que esté llamando al odio apelando a prejuicios, como suelen hacerlo los populistas de derecha que se enfocan en los inmigrantes, personas LGBTI+ o individuos no blancos. A ello hay que agregar que AMLO tampoco trafica con el resentimiento de personas que han perdido un lugar privilegiado en su sociedad, como lo hace Donald Trump en Estados Unidos.

En realidad, el Presidente busca capitalizar el resentimiento de individuos que durante siglos han sido oprimidos, excluidos o ninguneados; personas que claramente se benefician de notar las aberraciones que les oprimen y que tienen todo el derecho de sentir un enojo profundo hacia quienes las preservan conscientemente, o hacia quienes prefieren disfrutar sus beneficios sin darse por enterados de éstas.

El problema central detrás de la estrategia consistente en apelar explícitamente al clasismo, al racismo y a la humillación es que el gobierno del Presidente ha hecho muy poco para materializar una transformación que modifique las estructuras que perpetúan estos elementos.

Uno pensaría que para combatir el clasismo es indispensable una reforma fiscal redistributiva que elimine las groseras diferencias entre clases socioeconómicas, o que para atajar la discriminación es indispensable apoyar las transformaciones legales y políticas que reclaman los movimientos pro-derechos – como el feminista y o el LGBTI+–. Pero Morena y el Presidente piensan que este tipo de reformas estructurales no tienen importancia.

AMLO y su partido probablemente ganarán la próxima elección montados en el caballo del resentimiento. De camino, alimentarán una necesaria “revolución de conciencias”. Pero difícilmente les alcanzará para más si divorcian este discurso, como lo han hecho hasta ahora, de una realidad material que satisfaga a millones de personas que ya están despiertas.

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