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La amenaza del Apocalipsis es real | Artículo

En su propuesta, considera que hay siete derechos sobre los que es imprescindible actuar, teniendo como una de las bases de acción más importantes, un sistema financiero al servicio de las y los ciudadanos y no de los más ricos. Los siete derechos que enlista Gueterres son: 1) el derecho a la paz; 2) El derecho al desarrollo, junto con los derechos económicos y sociales; 3) el derecho a un medio ambiente sano, limpio y sostenible; 4) el respeto a la diversidad y universalidad de los derechos culturales; 5) el derecho a la igualdad de género; 6) los derechos civiles y políticos como base de las sociedades inclusivas y; 7) los derechos de las generaciones futuras.

El reloj del apocalipsis es un conteo, creado por varios científicos; una herramienta simbólica que mide nuestra cercanía o lejanía con la catástrofe planetaria. En este momento, estamos, en ese reloj, a 90 segundos de la media noche, es decir, el momento en que atestiguaríamos la catástrofe mundial total. Y esto es lo más cerca que hemos estado de ese escenario, por encima incluso de los momentos más peligrosos de la Guerra Fría.

La palabra del Apocalipsis está vinculada indefectiblemente a formas de pensamiento religioso o místico; pero en su sentido original, su significado es el de “revelación”. Por lo que hoy estamos en posibilidad de resignificarlo, en el sentido de la revelación científica, es decir, la Aletheia de los griegos, y en esa lógica, entender que se trata de una advertencia ineludible.

No podemos pues seguir con “la marcha de los locos”, avanzando felizmente hacia el abismo, creyendo que algo, en el último momento, habrá de salvarnos y devolvernos a una especie de paraíso perdido. Nada de eso existe en el horizonte y de continuar la ruta por la que la economía y el estilo de desarrollo dominante avanzan, las consecuencias habrán de ser funestas.

El citado “reloj del apocalipsis” marca el tiempo con el punto del “no retorno”, por lo que no podemos ni debemos esperar a estar más cerca de él para replantearnos cómo es que queremos vivir y cómo haremos para que eso ocurra, en beneficio de toda la humanidad.

Las múltiples crisis por las que atravesamos, pero entre ellas, por citar uno de los casos más dramáticos, que es la de la migración irregular en todo el mundo, hoy nos recuerda el carácter artificial y también artificioso de las fronteras; nos hace ver que la idea de l Estado-nacional divide y separa a las personas; y sobre todas las cosas, nos pone enfrente la realidad incuestionable de que, tal como lo pensaron tanto Bartolomé de las Casas como el rey poeta Netzahualcóyotl, la humanidad es una, y por ello nada de lo que le ocurra a un semejante puede sernos extraño o ajeno.

Por primera vez en la historia de la humanidad, no hay duda al respecto, existen los recursos para evitar que haya personas en condiciones de pobreza; de hecho, los hay para la garantía de una vida digna para los miles de millones de seres humanos que habitamos en el mundo. Y lo que lo impide es el sistema planetario de distribución injusta de la riqueza que llevó a que incluso en la más reciente crisis provocada por la pandemia de la COVID19, los súper ricos hayan incrementado sus fortunas durante el periodo de miedo, enfermedad y muerte de millones de seres humanos en todo el orbe.

¿Qué es lo razonable, en tanto aceptable para todas y todos, en términos de posesión y disfrute de bienes? ¿Realmente nuestra vida en el mundo debe pensarse bajo la quimera de que algún día, si nos disciplinamos y trabajamos lo suficiente, todos alcanzaremos la cumbre de la riqueza planetaria? ¿O por el contrario podemos plantear una nueva ética de consumo, que sea responsable con el planeta y que tenga como rasero la dignidad humana?

Uno de los planteamientos de Gueterres es que en todos lados debe dejar de pensarse en políticas de corto plazo para plantear escenarios y horizontes hacia 30 y 50 años, bajo la guía de los derechos de las generaciones futuras. Y eso es lo deseable, pero exige de quienes hacen política en los ámbitos nacionales y regionales, de una inmensa generosidad, para romper con los ciclos de la desigualdad y construir una nueva sociedad de justicia integral y universal.

Pensar en el apocalipsis deja realmente pocas alternativas, que se ubican por definición en el terreno de las utopías: nuevos lugares imaginados que con base en las capacidades de que ya disponemos, permitan producir y desarrollar a las sociedades con energías limpias, cada vez más potentes, y con nuevas estrategias de cuidado y restauración de los ecosistemas. Pero esto debe darse a través de lo ya dicho: una nueva racionalidad y ética de consumo, cimentada desde una cultura ciudadana global que, sin renunciar a los derechos de cada una y uno, sea capaz de proteger los bienes de interés planetario.

El cuidado de la casa común no puede ser pospuesto. Ya no hay tiempo. Para los pobres nunca lo ha habido, porque la carencia siempre es presente y siempre es lacerante en el aquí y en el ahora. Por ello el momento de plantearnos utopías planetarias ha llegado; porque más allá de las creencias y posturas, la materialidad del riesgo es real; tanto como lo son los huracanes, las tormentas, los incendios de selvas y bosques, las muertes cotidianas por la contaminación del aire y el agua; y un largo etcétera de calamidades cuya solución técnica y científica están ahí, pero cuya implementación exige de otra política, de otra ética; de nuevos lugares a los cuales arribar, que no sean los del abismo o los peligrosos mares de la catástrofe.

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