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Salvar a los bancos, matando a la economía | Artículo

Por Alberto Vizcarra Ozuna

Cuando se formalizó la quiebra del Silicon Valley Bank (SVB), el viernes 10 de marzo, los crédulos en la funcionalidad del sistema financiero se vieron sorprendidos: ¿cómo es posible que el banco emblemático de la llamada transición tecnológica, se esté declarando en bancarrota? Y en efecto, el banco no está en la lista de los más grandes de Estados Unidos. Se trata de una institución relativamente joven, fundada a principios de los años ochenta, que creció a la sombra de las expectativas de la llamada “nueva economía”, o economía posindustrial, financiando a las empresas startups. El vanguardismo digital, se creía inmune a los males del mundo financiero y terminó por ser devorado.

Y es que nada saludable, como proceso social y físico-productivo, puede sobrevivir cohabitando con un sistema financiero internacional cuya evolución en los últimos cuarenta años ha subvertido los valores básicos de la operatividad económica, al privilegiar la instrumentación de mecanismos especulativos que hacen crecer la deuda y sobre ella montan “derivados financieros” con volúmenes que alcanzan cifras descomunales y desproporcionadas con relación a los activos bancarios.

Los derivados por sí mismo no tienen valor, ya que dependen del soporte o apalancamiento sobre un activo. Son convenciones entre bancos y corporativos completamente desreguladas, pero que a la hora de hacer crisis comprometen a todo el sistema bancario y las instancias gubernamentales que terminan habilitando esas dinámicas especulativas con exuberantes emisiones monetarias a cargo del gasto público que luego se traducen en recortes presupuestarios que afectan la salud, los sistemas de pensiones, la inversión en infraestructura económica básica, el empleo, la deuda de los gobiernos y todo lo vinculado a la actividad económica y productiva de la sociedad.

Foto: Reuters

La política de incremento en la tasas de interés impuesta por la Reserva Federal de los Estados Unidos, para frenar la inflación, logró inhibir la solicitud de créditos, pero al mismo tiempo disparó las deudas y el primer esquite en tronar fue el SVB, cuyos activos estaban en el orden de los 200 mil millones de dólares, pero sus compromisos en derivados se ubicaban en más de 31 billones (millones de millones) de dólares. Una deuda que supera en 160 veces los activos del banco. No siendo un banco de los más grandes, sí es uno de los más expuestos al mercado de derivados y por lo mismo ha sido el primero de la ronda de bancarrotas que está en curso.

El estado del SVB es una especie de biopsia, extraída al sistema bancario de occidente, que acusa una dinámica cancerosa de orden sistémico. No hay forma de ponerlo a salvo dentro de las reglas que lo han llevado a la crisis presente. Según documentación elaborada por el Director para Asuntos Económico de la Revista EIR, Dennis Small, los cuatro bancos más importantes de los Estados Unidos, tienen activos de 8 billones de dólares, pero sus compromisos de deuda en derivados financieros se calculan en 173 billones de dólares. Una deuda veinte veces mayor que sus activos. El estado técnico es de bancarrota, solo pospuesta por las inyecciones masivas de liquidez que corren a cargo de la emisión monetaria de la Reserva Federal.

Según estimaciones aproximadas, desde el anuncio de la quiebra del SVB, los bancos centrales de Europa y los Estados Unidos, en tan solo 10 días y a resultado de la implementación de un programa de rescate han emitido un volumen de liquidez de 720 mil millones de dólares, lo cual representa una cantidad mayor que todo el PIB anual de los treinta países más pobres del mundo. El contraste es abrumador y al mismo tiempo representativo de las prioridades que rigen a las elites financieras de occidente, cuya formulación es tan simple como perniciosa: salvemos al sistema destruyendo las economías y matando a la gente.

Foto: Reuters

Se suponía que después de la gran crisis bancaria del 2008, la que comprometió a los grandes bancos, estos males se habían conjurado. Pero se mantuvieron las mismas prácticas monetaristas. La Reserva Federal, los bancos centrales europeos y del Japón, optaron por la llamada “emisión cuantitativa”. Grandes flujos de liquidez, en forma ilimitada, bombeados por los bancos centrales, para alimentar la tasa creciente de renta especulativa y así evitar el desinfle de la burbuja. Le pisaron el acelerador a la inyección monetaria y con ello dieron la apariencia de que habían controlado la crisis. Lo que propiciaron es una inflación con tendencia desbocada en toda la economía occidental. Después, arropados por la inflación, deciden soltar el acelerador y aprietan el freno, incrementando las tasas de interés en forma constante y creciente durante el último año. Con ello sofocan la economía, disparan la deuda y vuelven a aparecer las bancarrotas.

Ahora vuelven a meter el acelerador con la inyección de liquidez para salvar al sistema especulativo, al mismo tiempo de que mantienen puesto el freno al anunciar mayores incrementos en las tasas de interés. Ningún vehículo funciona si al mismo tiempo le oprimes el freno y le aplastas el acelerador. Con ello terminarán de apagar el motor de la economía.

No hay salida dentro de los axiomas monetaristas, porque sus alternativas le dan la espalda a la economía física y a la población. El mundo no está a ciegas frente a estos dilemas. La economía mundial salió de la gran depresión de los años veinte del siglo pasado, enfrentando una disyuntiva muy similar: ¿a quién salvamos, a la especulación financiera o al bienestar general asociado a la recuperación de la economía real? La respuesta del gobierno del Franklin D. Roosevelt, en 1933, se acompañó de una discrecionalidad muy estricta: separar a la banca comercial comprometida con los valores productivos y con el bienestar de la gente, de la banca de inversión involucrada en la actividad especulativa.

Foto: Reuters

El gobierno no se hizo responsable del rescate de deudas especulativas, las eliminó de sus compromisos, al mismo tiempo que instrumentó una política nacional de crédito masivo dirigido a la creación de empleos productivos relacionados fundamentalmente con el fortalecimiento de la infraestructura del transporte, la gestión de agua y energía. Esto se hizo junto con una serie de mecanismos regulatorios sobre el sistema bancario para evitar el retorno a las prácticas especulativas desvinculadas de la producción. Se le conoció como la Ley Glass-Steagall, que termino por ser derogada en 1999, para holgarle la vida a la especulación.

Lo realizado por la presidencia de Roosevelt, sigue siendo adecuado para la reorganización por bancarrota del sistema financiero de occidente, en una convocatoria que reconozca a todos los países del mundo, antes de que los dueños del sistema fallido, lleven al mundo a una tercera guerra mundial de características nucleares.

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