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¡Por fin! Los cuentos reunidos de Jesús Gardea en un solo libro

Los relatos de Jesús Gardea vuelven a las librerías. Libros UNAM y Sexto Piso publican sus Cuentos completos en una edición que incluye un prefacio del artista Iván Gardea y un prólogo de Emiliano Monge, quien advierte: “A todos los lectores nos ha pasado alguna vez: mirar el mundo y mirar nuestro interior de un modo diferente tras terminar una lectura. Eso, ni más ni menos, les sucederá en cuanto acaben este libro”.

Jesús Gardea nace en Delicias, Chihuahua, en 1939. A sus 40 años decide publicar su primer título Los viernes de Lautaro, el cual tuvo una recepción muy positiva por la crítica. Entonces publicó Septiembre y los otros días (1980), que le valdría el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores, un galardón con que se le reconoció como un autor único, agudo y preciso en cuyos textos caben múltiples interpretaciones y dimensiones.

A partir de ese momento, al iniciar la década de 1980, Gardea, dentista de profesión, cerró para siempre su consultorio y volcó su vida a la creación literaria: publicó casi un libro al año hasta su muerte repentina el 12 de marzo del año 2000. Entre su obra se hallan también De alba sombría (1985), Las luces del mundo (1986), Difícil de atrapar (1995) y Donde el gimnasta (1999); las novelas El sol que estás mirando (1981), La canción de las mulas muertas (1981), El tornavoz (1983), Soñar la guerra (1984), Los músicos y el fuego (1985), Sóbol (1985), El diablo en el ojo (1989), El agua de las esferas (1992), La ventana hundida (1992), Juegan los comensales (1998) y El biombo y los frutos (2001); así como el poemario Canciones para una sola cuerda (1982).

Autor peculiar, fue descubierto en un encuentro de escritores en Ciudad Juárez, Chihuahua, y, a pesar de su éxito rotundo, decidió quedarse a vivir en su estado natal, a diferencia de artistas chihuahuenses de su tiempo, como Víctor Hugo Rascón Banda, Sebastián o Carlos Montemayor, quienes se mudaron a la capital de la república mexicana para promocionar su obra y estar cerca del nicho literario y artístico de finales del siglo XX. Esta decisión lo caracterizaría entre sus colegas como un escritor aislado y probablemente lo mantuvo en las sombras de la promoción editorial.

Resume Emiliano Monge: “esto diría que sucede cuando uno lee a Jesús Gardea, el hombre que dejó el oasis del desierto en que nació […] para llevarle al mundo ese desierto. El estallido de luz al que se asiste –un estallido en el que el aire deviene territorio, el espacio se convierte en temporalidad y en historia y el fuego solar transmuta en personaje– paraliza las pupilas, llena los ojos de abismos, afina la visión y recalibra, finalmente, la mirada”.

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