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“Para mí, la escritura para niños no tiene un carácter utilitario”: Antonio Orlando Rodríguez |Video

Antonio Orlando Rodríguez (Ciego de Ávila, Cuba, 1956) comenzó a escribir para niños desde que tenía 16 años y desde entonces no ha cesado. Hoy su bibliografía incluye más de veinte títulos, además de una trayectoria reconocida por el público y la crítica al punto que es el ganador del Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil 2022, mismo que recibirá el 29 de noviembre en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

En paralelo, el narrador cubano ha desarrollado una carrera menos prolífica, pero igualmente reconocida en el territorio de la literatura adulta. Su novela Chiquita, por ejemplo, obtuvo en 2008 el Premio Alfaguara de Novela.

Tras salir de su país por motivos políticos, el narrador ha vivido en Costa Rica, Colombia y actualmente en Estados Unidos, “siempre trato de sacar lo mejor de cada lugar y de entablar diálogo con los lectores”, dice Orlando Rodríguez a unas semanas de viajar a Guadalajara para recibir el galardón.

¿En qué circunstancias empezó a escribir su primer libro Abuelita Milagro, y literatura para niños?

Abuelita Milagro, mi primer libro lo escribí cuando era adolescente, tendría 16 años, y a los 19 lo envié a un concurso. Es un relato casi a camino entre la infancia y el joven adulto. Se alimenta de fantasías, recuerdos, de mi familia campesina. Quería recrear el universo campesino de Cuba, su folclor, algunas tradiciones. Fue escrito sin muchas pretensiones.

Desde el principio se decantó por la literatura infantil. 

Durante los diez primeros años de mi carrera escribí libros para niños. Es un género me resulta muy atractivo por la libertad imaginativa y el uso del humor que permite. Una vez que comencé a escribir, me di cuenta que en el territorio de la literatura para adultos lo que se esperaba en Cuba de un autor de mi generación era que escribiera obras comprometidas con la épica de la Revolución y con temas sociales que a mí no me interesaban para nada. Además, la literatura infantil fue un refugio durante los años de una censura ideológica muy estricta. Era un espacio donde había cabida para lo imaginativo, los juegos con el absurdo y lo maravilloso. Después cambiaron ciertas circunstancias y empecé a publicar libros para adultos.

¿A través de la literatura infantil podía hacer alguna metáfora social?

Aquellos eran años con una carga ideológica demasiado fuerte. En el caso de la literatura infantil preferí mirar hacia el pasado, hacia la historia y orígenes de la nacionalidad y el folclor cubano. Vivíamos demasiado bombardeados por los temas ideológicos. Cuando escribí libros para adultos sí pude jugar con las metáforas, con las palabras y hacer historias un poco incisivas.

¿Sus libros para niños son los que habría gustado leer de chico?

Tuve la suerte de leer maravillosas obras. Fui un niño privilegiado, al lado de mi casa vivía la secretaria de Alejo Carpentier, director de la imprenta nacional de Cuba y ella me regalaba libros. Tuve la suerte de leer Platero y yo, El último de los mohicanos, La isla del tesoro. Creo que los libros que he escrito para niños son los que me apetecía en cada momento y en los que podía dar rienda suelta a mi sentido del humor, a mi fantasía, a mi gusto por el absurdo.

¿Conoció a Alejo Carpentier? 

No lo conocí, solamente su secretaria que era una joven que vivía en el edificio contiguo al que yo vivía con mi familia.

Era una época boyante para la literatura cubana. 

Sí, tuve la suerte de compartir con grandes autores de literatura para adultos que también escribieron para niños, por ejemplo, Dora Alonso, Jorge Cardoso y Eliseo Diego. Una generación de escritores emergentes que se acercaban a la literatura infantil con un sentido estético muy marcado y con el deseo de hacer gran literatura. Fue un momento de riqueza, que después se perdió y todo ese florecer de los años 70 y 80 se desdibujó con el tiempo.

¿De qué manera le marcó conocer a estos autores?

Conocer a esos autores, a un Eliseo Diego, te marcaba porque al menos en mi caso, me convidaba a emularlos, tratar de acercarme a su maestría estilística y tratar de perfeccionar el lenguaje, las herramientas estilísticas. Como escritor de libros para niños eso es algo que siempre me ha interesado, la búsqueda de la perfección, de acercarte a lo más depurado en el lenguaje y las formas. Me siento heredero de toda esa tradición.

¿Cambia el despliegue de la imaginación cuando escribe para niños respecto a cuando escribe para adultos?

En cualquiera de los dos hay mucho juego imaginativo, mucha presencia de lo absurdo y de lo maravilloso. Siempre hay espacios importantes para lo fantástico y lo irreverente y esa combinación con lo coloquial, lírico, me resulta muy atractiva como escritor. Me siento muy cómodo combinándolos, tanto como si es un cuento para niños, como si es una novela para adultos.

Después de casi 50 años escribiendo para niños, ¿qué se mantiene de la niñez en usted?

La capacidad de asombro y el deseo de descubrir, son las dos cualidades en la niñez que aprecio más y he forzado conservar.  La capacidad de admirarme ante la realidad y de admirar las creaciones de otros; de tratar de descubrir la belleza en las cosas pequeñas siguiendo el modelo de Andersen. Me encantan las historias mínimas donde los personajes pueden ser una luciérnaga o un sinsonte, tratar de imaginar un mundo para ellos, imaginar emociones, aspiraciones y conflictos.

¿Extraña algo de aquellos años? 

No, nunca he sido una persona nostálgica. Cada etapa de la vida ha traído lo suyo. Me hubiera saltado con gusto la adolescencia porque implica muchas dudas y cuestionamientos. Fue un periodo que no disfruté.

¿Cómo seguir manteniendo el tono infantil cuando se envejece?

Para mí escribir para niños está vinculado con lo prístino, transparente y sobre todo con huir de la solemnidad. La literatura para niños tiene que ver con lo directo, espontáneo, con la comunicación fluida sin darle muchas vueltas al asunto. Me gusta mucho el humor y para mí es muy cómodo transitar en todos sus matices, escribir libros para niños me resulta grato. Escribir para niños y para adultos es como tener dos chips que uno tiene que accionar, pero ese paso de un chip a otro sale naturalmente. Los libros para adultos son ese territorio para la exploración y las búsquedas más difíciles.

Ahora con los estímulos que tienen los niños y la presencia de temas como el cambio climático o la violencia, ¿qué tipo de reto supone escribir para los menores?

Mi principio al escribir para niños siempre ha sido ser fiel a mí mismo.  Para mí, la escritura para niños no tiene un carácter utilitario. Hay temas muy importantes, pero si no son una necesidad expresiva mía no los voy a tocar, no me gusta escribir para entrar en determinada tendencia, escribo pensando en los niños, pero sobre todo pensando en mí.

¿Sus libros circulan en Cuba?

No, soy un escritor exiliado. Cuando un escritor abandona Cuba porque no está de acuerdo con las ideas políticas del régimen y las expresa en el extranjero queda excomulgado de la cultura nacional.  Mis libros se han leído en Cuba porque han circulado de un amigo a otro.

No. Siempre pienso que me gustaría que mis libros los leyeran niños y adultos cubanos, porque ese sería mi público natural, porque me siento parte de la literatura cubana, soy heredero de ese legado, pero no soy una persona de nostalgia. Viví en Costa Rica y Colombia, ahora vivo en Estados Unidos y trato de sacar lo mejor de cada uno de esos espacios, de encontrar lectores con los que dialogar, ya no me duele, no sé si alguna vez me dolió.  Cuando uno se escapa de un campo de concentración, ¿le duele, lo añora? No, añora su cultura, amigos, pero no la realidad.

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