Desde hace tiempo Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948) ha incorporado la memoria a su materia prima. Si en Los apóstatas se concentró en su formación dentro de una controvertida escuela religiosa, en Mentideros de la memoria (Tusquets) hace un repaso de la literatura mexicana de la segunda del siglo XX.
Autor de libros como Amor propio e Y retiemble en sus centros la tierra, Celorio reconoce que con la edad el género autobiográfico le llama más la atención siempre que la literatura sea la protagonista. Julio Cortázar, Juan Rulfo y Alfredo Bryce Echenique son personajes de algunos de los episodios contados por un autor que no esconde el impacto la lectura ha tenido lectura en su vida.
¿Qué tan mentirosa puede ser la memoria?
La memoria nunca no es mentirosa. Las cosas ocurren y cuando uno las recuerda las distorsiona, sobre todo si las escribe. Una cosa es la realidad y otra el lenguaje que no es la realidad por más que intente representarla. En el tránsito entre lo ocurrido y lo dicho, hay un proceso de transformación, ficcionalización o cambio, lo cual no significa necesariamente que el recuerdo sea mentiroso. Muchas veces las mentiras tienen la posibilidad de hacer calas más profundas en la realidad. Siempre digo que conocí más del campo mexicano a través de los cuentos de Juan Rulfo que en estudios geográficos, sociológicos o demográficos.
La verdad de las mentiras, es un libro de Vargas Llosa.
Así es. Ahí plantea estudios interesantes sobre autores como Hemingway o Thomas Mann y concluye que ese tipo de escritores reflejan mejor la realidad aun desde la ficción. La literatura tiene más capacidad indagatoria de la realidad porque goza de mayor libertad para hacer calas más profundas. El historiador está restringido por la veracidad y el novelista en todo caso por la verosimilitud, aunque es verdad tampoco es muy verosímil que una mañana un señor llamado Gregorio Samsa un día amanezca convertido en una cucaracha.
¿Mentideros de la memoria se escribe a partir del propósito específico de hablar de sus amigos y héroes literarios o es producto de toda una vida?
Las dos cosas, pero sobre todo la segunda. Efectivamente se escribió a lo largo de los años porque implica lecturas realizadas durante más de medio siglo. En lo personal tomo notas, apuntes, a veces hago un ensayo. Un día descubrí que tenía un espectro de textos cuyo común denominador es mi gusto por algunos escritores que incluso tuve el privilegio de conocer. Unos los retoqué y otros, la mayoría fueron escritos desde cero. La secuencia narrativa de los textos permite que el libro se lea casi como una novela y ofrece, creo, un panorama de la literatura hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Hablo de autores de generaciones mayores a la mía, unos fueron mis maestros como Juan José Arreola o Sergio Fernández, y lo hago cabalgando entre la memoria y la ficción.
Me parece que ante todo es un libro sobre el impacto de la literatura en una persona, que es en este caso usted.
No lo había pensado, pero es verdad. Hablo de la recepción de autores que leí con fascinación y tiene un trasfondo autobiográfico sin embargo el protagonista nunca soy yo.
Era o es un hombre osado, incluso mañoso para acercarse a algunos autores.
No tanto, es verdad que tuve cierta osadía, pero no me caracterizo por ello. La fortuna, la vida y el destino me permitieron entrar en relación directa con algunos escritores. A veces lo hice por medio de la docencia, por ejemplo, fui alumno cercano de Juan José Arreola a quien realmente venero. En otras ocasiones fue una circunstancia casi de carácter administrativa la que me puso ante algunos más. Gracias a esto pude tener una relación próxima y amistosa con Carlos Fuentes quien por cierto, no aparece en este libro porque formará parte del próximo que llevará por nombre Este montón de espejos rotos. Ahí hablaré del mundo académico, pero también de Sergio Fernández, Edmundo O’ Gorman y Fuentes. Pensando en voz alta, creo que más que osadía los he conocido por lectura.
Me da la impresión con Rulfo le costó más trabajo entablar relación.
Ese episodio está un poco ficcionalizado. Todo mundo me decía que Rulfo no hablaba nada o que incluso su mundo literario era pequeño. Sin embargo, cuando tuve la oportunidad de conocerlo por alguna razón simpaticé con él. El “ábrete Sésamo” fue Julio Cortázar, apenas lo mencioné el nombre le desató una gran verborrea. Me sorprendió mucho su conocimiento de literatura brasileña, nórdica, era un hombre que sabía más de lo que aparentaba. Su timidez y personalidad inhibida lo marginaron de los grandes foros académicos.
Dedica un texto a Alfonso Reyes, quien fue un maestro para Fuentes, pero también para Octavio Paz. ¿Tuvo relación con Paz?
La verdad no. Lo vi seis o siete veces, yo le decía: “ya nos conocemos maestro”; y él respondía, “sí, mucho gusto en saludarlo”. Octavio Paz tenía un grupo solidario de escritores, algunos muy notables. Hizo una obra literaria importante, además de un gran trabajo de difusión por medio de revistas como Plural o Vuelta. Su grupo no dejó de ser excluyente, lo que es perfectamente comprensible. Los grupos literarios son manifestaciones de afinidades generacionales y políticas. El de Octavio se hizo más extremo y confrontacional con el de la revista Nexos, y eso explotó de manera evidente en el Coloquio de Invierno. Admiro la brillantez ensayística de Paz, no soy tan adepto a su poesía, pero esa es una apreciación subjetiva. Le reconozco su enorme aportación a la literatura mexicana y tengo cierta reticencia respecto a su participación en la vida literaria que tuvo visos de exclusión.
Cada vez cobra más peso la memoria en su trabajo, ¿qué relación tiene con el pasado?
Tienes razón, es algo que se acentúa con la edad. No sé cual es realmente el móvil profundo, pero cuando la edad se prolonga uno tiene el interés o gusto de hacer cuentas o balances. Siempre me ha interesado el recuerdo y mis novelas suelen recuperar una historia, pero es verdad que esto se ha acentuado, me interesan las memorias. En la literatura de lengua española, particularmente en México, cuando los escritores hablan de su vida, lo hacen desde su desempeño en la función pública, difícilmente hablan de lo personal. José Vasconcelos censuró el propio Ulises Criollo para eliminar aspectos demasiado personales. Si un expresidente norteamericano escribe sus memorias en la primera página leemos cómo prepara hot cakes, en cambio si leemos las de Miguel de la Madrid nunca aparece su vida familiar. Ahora estoy experimentando con algo que no tiene mucha tradición en hispanoamericana: contar la vida privada y la vida pública. Una no se puede entender sin la otra. He tenido algunas responsabilidades que me han hecho un hombre público, dirigí la coordinación de Cultura de la UNAM, fui director del Fondo de Cultura Económica y ahora lo soy en la Academia Mexicana de la Lengua. Dentro de una categoría modesta creo que hay algunas vivencias interesantes para retratar el mundo cultural mexicano y este libro apunta hacia ello.