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“La enfermedad es un territorio que conozco y se explorar”: Emiliano Monge

“Yo nací un día/ que Dios estuvo enfermo”, es más que un verso de César Vallejo, es la leyenda de uno de los tatuajes de Emiliano Monge (1978). “Suscribiría casi cualquier cosa que haya dicho Vallejo. Lo leo y siento algo completamente vivo y dentro de mi” agrega.

Monge fue un niño enfermizo al punto que hoy no teme a los hospitales. A lo largo del tiempo ha aprendido a lidiar con las enfermedades, violencias y muerte, todos temas presentes Justo antes del final (Literatura Random House), su nueva novela y donde hace de su madre protagonista. Si con su obra anterior No contar todo, intentó descifrar algo de la historia de su padre, ahora por medio de la ficción profundiza cuestiones todavía más íntimas y personales.

 En Justo antes del final la enfermedad está todo el tiempo.

La enfermedad y la salud. Normalmente digo que las explicaciones de los escritores sobre sus libros son falsas. Tratan explicar algo que no fue hecho para ser explicado. La novela se construyó en el centro de una serie de oposiciones: salud y enfermedad; locura y cordura; luz y oscuridad; amor y violencia; el cuidado, el descuido y el sobrecuidado. Todo eso enmarca la vida de la protagonista y del otro protagonista fundamental del libro que es el mundo, visto a través de un almanaque de lo absurdo o de la locura nos ha llevado a estar en Justo antes del final.

 En No contar todo, el libro sobre tu padre, había una vocación por explicar cosas para ti mismo, ¿Ahora fue distinto?

En No contar todo sí había una voluntad manifiesta de entender y por lo tanto de explicarme cosas. Ahora no parto de esa búsqueda porque la historia estaba muy clara. Había más que un deseo de alumbrarla, de dejarla patente. En No contar todo delimité los territorios de la no ficción y la ficción. Ahora, lo autobiográfico es el cimiento y la obra negra, los acabados y el jardín descontrolado son ficción. De algún modo sé que soy más el resultado de la historia de Justo antes del final, que de No contar todo. Me interesa reconocer la vida de una mujer que nace en el abandono y en un mundo jodido, machista, loco, violento; que logra construirse un mundo propio y emerger de ese caos, no solamente para sí misma sino para ofrendarlo a muchas más personas. Por eso el narrador es única y exclusivamente un filtro. Me interesa muchísimo que los libros tengan tensión entre la forma y el fondo, que la arquitectura diga tanto como dice la historia y en este libro esa estructura que parece tan lineal, deja de serlo gracias a ese narrador que jala del pasado y cuenta en futuro; es la manifestación del diálogo entre imaginación y memoria. La literatura es esa frontera porosa de vasos comunicantes entre la memoria y la imaginación.

¿Cómo te la planteaste la voz narrativa?

Un libro, novela o relato, toma forma hasta que empiezo a escribir. Justo antes del final comenzó cuando encontré al narrador en segunda persona. Si en No contar todo había tres personajes, aquí quería uno central nada más. Quería que el narrador fuera casi intangible.

¿Qué te aportó espejear el desarrollo histórico de la novela con la vida de la protagonista?

La locura, la enfermedad, el cuidado de los otros, el amor, de algún modo son temas centrales en la novela. Me interesaba tratarlos desde lo más pequeño que es la intimidad de una vida hasta la historia con mayúscula. Es un almanaque de lo absurdo, de la locura, además la idea del espejo aporta tensión. Los eventos alumbran algo del carácter la de la protagonista y viceversa, los recuerdos, el carácter y vida de la protagonista, alumbran el carácter de lo que está pasando en el mundo. La vida de cada uno es la vida de todos y la vida de todos es la de cada uno.

¿Cómo tratar a tus padres como personajes?, ¿te acerca o te aleja de ellos?

Hay un punto de la escritura en que dejan de ser mis familiares y se convierten en familiares del narrador. Pongo una enorme distancia; bien a bien no sé cómo funciona. Una vez que termino esa distancia se diluye de golpe y pienso “qué chingados te importa a ti si es mi mamá”, es algo medio sociópata.

¿Esa distancia te protege? La parte final es emotiva, pero dolorosa.

Protege a la novela, a la ficción más que a mí. Permite que la ficción llegue a donde tiene que llegar, a mí no me protege porque el dolor no será más o menos por lo que escriba. Los dolores o las cosas que he sentido en la vida están ahí, no necesito escribirlos para revivirlos o recordarlos. Mientras estoy escribiendo, no busco protegerme, busco que la novela sea la que tiene que ser.

¿Cuál es el límite de intimidad que estableces en relación a tu mamá?

Hasta donde la novela necesite. El lector puede tener una opinión completamente distinta, pero yo sé que hay un amor infinito y sé que esa gente lo va a reconocer. No estoy buscándole el paso en falso a nadie, como mi madre decía “esta es la vida que tuvimos”, esto fue, no hay por qué negar o esconder. Por otra parte, hay mucha ficción, pero no para pretextar o esconder, sino para que la novela funcione mejor. No hay una búsqueda de redención, sino de completar, de hacer que mostrar todas las caras del prisma.

Con tu papá eres más implacable.

¿Qué es más implacable, la violencia o el amor? Son implacabilidades diferentes, puede ser más doloroso para el padre No contar todo, pero para la madre es igual de implacable, aunque sea en otro sentido. Obviamente a nadie le gusta que le cuenten su vida, sobre todo cuando no lo piden. No busqué ser más duro con uno que con otro, conté lo que había que contar, pero es lo que había.

La primera frase del libro dice: Ningún comienzo es sencillo…

Esa frase fue la última que escribí. Nunca me había pasado. Ya estaba leyendo las pruebas antes de enviar a imprenta y de pronto me apareció la frase. Es curioso que apareciera al final porque dice mucho de lo difícil que fue la escritura. Es fácil pensar que los libros autobiográficos duelen, enseñan o afectan más, no es mi caso. Cuando has crecido en sociedades como la nuestra, tan cargadas de machismos, heridas, descomposición y destrucción de una masculinidad sana, es muy difícil hablar de los sentimientos. Lo más fácil es tocar estos temas través del tamiz de la racionalización y del pensamiento. Me cuesta mucho pronunciar la palabra amor cuando hablo de este libro, a pesar de que es un libro muy amoroso. Esa frase justo se refiere a que es muy difícil empezar a escribir y hablar de esto.

¿Qué revisaste o replanteaste de tu propia masculinidad?

Escribí No contar todo buscando encontrar esas respuestas de mi propia masculinidad y no las encontré. Ahora con Justo antes del final, al hablar del mundo femenino, de la madre, la maternidad, pude entender un poco más. Hablar de los sentimientos debería ser tan normal como hablar de las ideas. En la novela es muy patente el momento en que la protagonista, la madre, pone distancia física con los hijos, esa sexualización me ha dejado pensando y tratando de entender muchas cosas.

¿La ambición poética ayuda a nombrar de otra manera lo que cuesta trabajo decir?

Me interesa mucho la lírica de la narración. Al final mi lucha es con el lenguaje más que con la historia. Pienso y siento mejor cuando escribo que cuando hablo, y eso para este libro fue fundamental.

¿Cuál fue la parte más dolorosa?

Sobre todo, la parte final, la de la enfermedad.

Enfermedad, la muerte, tu fuiste un chico enfermizo.

La gente normalmente odia los hospitales, yo cuando estoy en uno me siento super seguro y feliz. Cuando viajo lo primero que ubico son las farmacias, es una deformación, un territorio que conozco. En la literatura me pasa igual, la enfermedad es un territorio que conozco y que sé explorar. También me gusta explorar las violencias, aunque sea doloroso y jodido.

Viajo con una batería de medicinas.

¿Qué te dice tu familia de Justo antes del final?

Las reacciones son muy diferentes porque además son dos familias muy distintas. Es muy pronto para saber lo que este libro generará y la verdad estoy poco atento esta vez a lo que sucede.

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