“Conocí a David en 1997, así de lejos y así de cerca en la memoria”, con esa frase abre la conversación Hernán Bravo Varela (1979), poeta, interlocutor y amigo de David Huerta. La escena es la siguiente: Francisco Hernández lo invitó a una cena con colegas escritores. Al acercarse a Huerta, Hernán comenzó a recitar su libro Cuaderno de noviembre. Un apretón de manos selló una amistad que mantendría por más de veinte años.
Bravo Varela, recuerda a David Huerta como un amigo, lector y crítico generoso. Además, lo califica como autor de una de las obras definitivas de la lengua española de los siglos XX y XXI.
La charla ocurre pocos minutos después de que la noticia por la muerte del poeta mexicano nacido en 1949 se extendiera como pólvora. “Me regaló la preciosa intimidad de su amistad junto con la de Verónica Murguía, su esposa”, dice conmovido.
Dentro de la cartografía de la lírica nacional, lo ubica al lado de Gerardo Deniz y Coral Bracho, “fue alguien que revolucionó nuestra manera de entender el tramado de la poesía”. Lo emparenta también con Ramón López Velarde, “tenían la misma curiosidad por buscar el adjetivo preciso e inesperado, era poseedor de una expresión que siempre estuvo tocando los inframundos de la razón y el espíritu. Lo mismo podía hablar de la tristeza y la pena de amor, en un libro tan extraordinario como Historia que hacer un recorrido ensayístico y autobiográfico como es El viento del andén, obra donde hace un recorrido por las distintas etapas de la vida que conducen lamentablemente al panteón”.
David Huerta y Hernán Bravo Varela compartieron espacios dentro y fuera de la arena literaria. Intercambiaron comentarios sobre sus respectivos libros y coincidían con cierta regularidad. “Fue el maestro de su generación y al mismo tiempo, como dice Julián Herbert, uno de los poetas más cercanos a la mía. Siempre fue un interlocutor extraordinario y generoso que difícilmente tendrá parangón en la poesía occidental, no solo de nuestra lengua. Consiguió, sin exagerar, que la poesía mexicana ganara en saludables dudas, en un riesgo que nunca amenazó la legibilidad y siempre problematizó de una forma incomparable, los medios, usos y costumbres de la escritura lírica. No en balde le dieron el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. Y no tengo duda de que en poco tiempo hubiera sido el candidato ideal para los premios Reina Sofía o Cervantes”.
Lenguaje como motor de cambio
Destaca la fineza de su expresión poética, siempre ataviada de las contradicciones humanas y su dedicación a la literatura. Huerta publicó más de dos decenas de libros, tan solo en los últimos años circularon el poemario El cristal en la playa (Era), la compilación de artículos Correo del otro mundo (y algunas lecturas más) (Grano de Sal), y en poema narrativo El viento en el andén (Monte Carmelo). “Nunca pasó por años de silencio, su forma de ser era como su manera de escribir: de él salían hallazgos, lecturas, traducciones, comentarios. No puedo olvidar su generosidad hacia los primeros trabajos poéticos de mi generación y su compromiso con instituciones como La Casa del Poeta que defendió a capa y espada. Su solidaridad se expresó de muchas maneras a partir del movimiento del 68, participó de todas las causas sociales, siempre presente, lúcido y sin protagonismos”.
Otro de sus grandes méritos fue mantener una obra poética notable, incluso al hablar de cuestiones sociales. El 2 de noviembre de 2014 escribió su poema “Ayotzinapa”, el cual dio la vuelta al mundo y cuyo comienzo es el siguiente:
Mordemos la sombra
Y en la sombra
Aparecen los muertos
Como luces y frutos
Como vasos de sangre
Como piedras de abismo
Como ramas y frondas
De dulces vísceras
Empapadas de angustia
Y gestos inclinados
En el sudario del viento
Los muertos llevan consigo
Un dolor insaciable
Esto es el país de las fosas
Para Hernán Bravo Varela, David Huerta comprendió que el rol activo de la poesía en la sociedad tiene que ser a través de la lengua y la reflexión. “Desmontó los mecanismos y las tramas de las ideologías y las retóricas en numerosos poemas de inclinación social. Entendió que la lengua que dominaba con gran virtuosismo y humildad, era además de un instrumento poético, la única vía para un cambio verdadero. Sabía que sin una masacre lógica pero inflamada de fantasía, imaginación y amor por la lengua, difícilmente podríamos presenciar un cambio. Por eso, incluso su poesía de vena social tiene un valor extraordinario”.
Quien guste de entrar del universo David Huerta encontrará numerosos accesos. Sugiere comenzar por el poemario de 1987, llamado Incurable. La siguiente escala podría ser Historia, de 1991 y una tercera estación es Correo del otro mundo, “ahí leemos al sabroso y notabilísimo comentador de numerosos poetas”. Finalmente recomienda seguir con El cristal en la playa, de 2019 y el recién publicado El viento del andén. “Cada título de David tiene enormes sorpresas y revelaciones que ofrecer a sus viejos y nuevos lectores”.