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Cuba: “El mito y el desencanto”, nuevo libro de Andrés Ordóñez

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Si durante los primeros años del siglo XX la Revolución mexicana fue el paradigma para otros movimientos sociales de la América hispano-lusitana, a partir de 1959 la Revolución cubana se impuso como el modelo. Pero, a diferencia de México, Cuba careció de un mito fundacional, por lo que la revolución del 59 siguió la disputa por el imaginario identitario de la nación cubana.

Este conflicto no armado es el tema del libro El mito y el desencanto. Literatura y poder en la Cuba revolucionaria, recién publicado por Paidós, bajo el sello Ariel, del escritor y diplomático Andrés Ordóñez, académico del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

“El libro presenta las líneas generales de la disputa por la conducción del proyecto cultural de la revolución y con ello, la disputa por el imaginario nacional, a través de las construcciones político-literarias. Asimismo, cómo los integrantes, los protagonistas de la cultura y la literatura a lo largo del proceso revolucionario, afirman y confrontan sus razones, posiciones, conflictos y de adecuación o rechazo al cambio”, dice el investigador en entrevista con Proceso.

El libro de 231 páginas se divide en cinco capítulos:

Mitogénesis y canon literario en Cuba.

La cultura cubana y la revolución.

Ética, literatura y revolución.

La Guerra Fría en la literatura cubana.

El mito y el desencanto.

A su vez, incluyen diversos apartados, entre ellos: Historia y literatura, Telos identitario y canon literario, El consenso y las disputas, Convicciones y adecuaciones, La huella krausista en José Martí, Sovietización y deslindes, El caso Padilla, Arte y realidad y El periodo especial.

Inicia con la construcción de la novela hispanoamericana y su relación con la identidad regional, para abordar la literatura cubana, en la cual la figura de Martí representa el primer mito compensatorio, tanto como libertador de la isla como en su creación literaria. Y plantea en el desarrollo cómo, a su llegada al poder, ante la falta de otros mitos fundacionales, Fidel Castro se convierte en su heredero.

El escritor –exdirector de Asuntos Culturales en la Secretaría de Relaciones Exteriores y quien desde los 17 años conoció y vivió en el país insular en diferentes momentos y circunstancias, entre ellas jefe de Misión adjunto en la Embajada de México en Cuba, donde se desempeñaba como encargado de Negocios, cuando en febrero de 2002 ingresó un grupo de cubanos pidiendo asilo y ocurrió luego el famoso “comes y te vas” del Vicente Fox a Castro– dice en la entrevista que desde sus primeras visitas se acercó a la realidad cubana y luego por su trabajó se adentró “en los intríngulis de la vida política y cultural”, y advirtió que “el fenómeno cubano, lejos de ser monolítico, es un mosaico diverso, complejo y apasionante”.

Conoció realmente Cuba cuando “sin los algodones de los privilegios y las comodidades que da un auto con placas diplomáticas”, entabló un diálogo con los amigos entrañables que hizo ahí y que le fueron “afirmando un cariño muy grande por ese país y su gente, pues debo decir que ni en los peores momentos de la crisis bilateral recibí un maltrato por nadie, ni por funcionarios y mucho menos por gente de la calle”.

Fue así como comenzó a estudiar el fenómeno de la formación de la identidad cubana a través de la literatura. En el prólogo, el historiador de origen cubano Rafael Rojas enuncia la diversidad de autores abordados, como Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Lydia Cabrera, José Lezama Lima, Lino Novás, Virgilio Piñera, Guillermo Cabrera Infante, Heberto Padilla, Calvert Casey y Severo Sarduy, por citar sólo algunos.

El propio Ordóñez señala por su cuenta a otros como Carlos Franqui y Reynaldo Arenas. Y se centra en cuatro escritores con sendas posiciones y relaciones ideológicas y de poder frente a la revolución y el gobierno cubanos: Norberto Fuentes, Abel Prieto, Leonardo Padura y Pedro Juan Gutiérrez.

–¿Por qué estudiar desde la literatura el fenómeno cubano?

–La literatura siempre implica una apropiación de la realidad y sus cambios. Me sirve como hilo conductor para detectar y entender los cambios en el desarrollo del periodo revolucionario, y principalmente sus variantes en la relación entre dos ámbitos fundamentales de toda sociedad organizada: el administrador del poder y el ámbito generador de la identidad, que convalida, afirma, critica o rechaza ese poder y su ejercicio.

Dos visiones

Señala en su obra que, así como el Movimiento 26 de Julio no fue monolítico y sus líderes disputaron en un momento dado el proyecto de la nación que debería erigirse, por un lado una república liberal y por el otro el de carís marxista-leninista, la expresión cultural y literaria también reflejó ese debate. Recuerda que Camilo Cienfuegos y Huber Matos se inclinaban por el primero, mientras Raúl Castro y el Che Guevara por el segundo. Al imponerse el segundo, Matos renuncia y es acusado enseguida de traidor, en tanto Cienfuegos muere en un accidente aéreo no esclarecido.

–Esa historia de traiciones entre los líderes revolucionarios y la búsqueda de un proyecto unificador no es exclusivo de Cuba… ¿No lo vivió también el México postrevolucionario y muchos otros?

–Para empezar, no diría que el término traición sea el mejor. Pienso que la historia de las traiciones es mucho más viva en la Revolución mexicana que en la cubana, aunque no esté exenta de episodios donde este elemento está presente. Como en cualquier desarrollo revolucionario, es una disputa por la conducción de ese proceso.

Reitera que el Movimiento 26 de Julio contempló una gran diversidad de visiones sobre el cambio: no sólo era la republicana liberal, sino –por ejemplo– en la marxista-leninista hubo quienes tuvieron cercanía con el trotskismo y otros con el llamado socialismo real del modelo soviético:

“Es en esa diversidad donde se da esa disputa ¡crudísima! Aparejada a ello, está la disputa por el imaginario colectivo: todo régimen que se pretende transformador pelea el imaginario de la nación, lo vemos clarísimo en este momento en México, por ejemplo. En el caso cubano, es ahí donde entra el ámbito intelectual y de los creadores que abordo –esta dialéctica entre poder y creación, entre poder y literatura–, porque se da una dinámica contradictoria y complementaria de convalidar, criticar y rechazar las transformaciones que el poder va proponiendo y generando”.

–En la búsqueda de su proyecto identitario a través de la cultura, se perciben semejanzas entre las revoluciones mexicana y cubana, en nuestro caso con José Vasconcelos convocando a los artistas plásticos, en Cuba a los escritores, pero la figura es directamente Fidel Castro.

–Tocamos un elemento fundamental. La Revolución mexicana fue el modelo de transformación por excelencia en América Latina hasta 1959, pero en Cuba hubo una diversidad de revoluciones previas, una de ellas fue la de Fulgencio Batista quien, como lo documenta Rafael Rojas en uno de sus libros recientes (El árbol de las revoluciones. Ideas y poder en América Latina (Proceso, 2364)), venía a México a pedirle consejos al general Lázaro Cárdenas.

“Entonces el movimiento del 59 es parte del proceso revolucionario cubano que implica varios estadios previos, pero también un ingrediente muy importante de participación en la construcción de la identidad”.

Pone énfasis en el hecho de que hasta 1898 Cuba permaneció sujeta a la corona española, lo cual “hace ese país atípico respecto al resto de los países lusohispánicos, con excepción tal vez de Puerto Rico”. Ese retraso conlleva un desarrollo igualmente tardío en la construcción de identidad nacional, dice al agregar que los cubanos no tienen mitos fundacionales, “no hay una virgen de Guadalupe como emblema de cohesión interracial e intercultural”. La virgen de la Caridad del Cobre no tiene el mismo peso, cita a Rojas al indicar que es un mito compensatorio.

Pues eso sí, a falta de un mito de origen, los cubanos construyeron mitos compensatorios a lo largo del siglo XX, entre ellos los paisajes de palmeras, y uno de los personajes emblemáticos es José Martí, uno de los líderes más importantes del proceso de independencia. Y la revolución del 59 “viene a construir un discurso en el cual se funde la figura mesiánica de Martí con la figura mesiánica del comandante Fidel Castro, y eso concita un sentimiento de propósito y pertenencia donde el proceso de independencia por fin se concreta”.

Finalmente, se le pregunta por qué si la falta de cobertura de las necesidades básicas, de igualdad y de democracia se padecen en general en el mundo, Cuba es tan cuestionada:

“Yo creo que tiene que ver con este desfasamiento de los procesos políticos, traducidos en lo que entendemos por democracia con relación al resto del continente, es decir, hay transformaciones en el orden político de las cuales Cuba no participa y ¡claro! eso marca diferencias que, desde el punto de vista de quienes tenemos aprecio por la tradición liberal democrática, no se ven como algo positivo”.

Reportaje publicado el 16 de abril en la edición 2424 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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