MONTERREY, N. L., (apro).- Las batallas en la luna de Pandora, que alguna vez se libraron en el bosque, esta vez se transportan al mar.
Y ahora, como entonces, la lucha surge por la desmedida ambición del ser humano invasor, que no deja en paz a los Na’vi, que tienen una estrecha relación en con la naturaleza y que no tienen más opción que defenderse.
En la secuela Avatar: El Camino del Agua (Avatar: the way of wáter, 2022) se confirma el genio del siempre innovador James Cameron, con una cinta que temáticamente se recicla en la historia de origen, pero que maravilla con una megaproducción que destaca principalmente por sus méritos técnicos.
La película de más de tres horas privilegia la preciosa fotografía submarina, mezclada con un insuperable despliegue de imágenes generadas por computadora (CGI). Cada plano, cada encuadre es una deliciosa golosina para los sentidos, con un deleite visual que proporciona una experiencia inmersiva dentro de un universo fantástico, lleno de luz y colores alterados fosforescentes y de neón.
El contraste simbólico es espectacular, al presentar hechos cruentos de combate en un entorno que parece ser el mismo paraíso donde habitan seres en armonía perfecta con la biósfera, entre aguas cristalinas, cielos limpios, bosques impecables y carentes por completo de contaminación.
El soldado desertor Jake Sully (Sam Worthington), transformado permanentemente en su avatar de gigante nativo azul, junto a su pareja Neytiri (Zoe Saldana) han llevado una vida apacible, desde que terminaron los eventos catastróficos de la película inicial, hecha una década atrás. Pero como él mismo lo dice, la felicidad plena debe terminar un día.
Una misión del planeta Tierra vuelve otra vez a su preciado hábitat para saquear riquezas, lo que provoca una gran devastación y sufrimiento entre los naturales, que no entienden cómo es que los necios humanos ponen sus violentas manos en los recursos que les pertenecen únicamente a ellos, que los usan para llevar una vida sana y sustentable.
Junto a los depredadores llega un comando encabezado por el malvado Quaritch (Stephen Lang), que fue aniquilado en la primera entrega y que está de vuelta en la forma de un avatar azul, aunque igual de despiadado y rencoroso.
La cinta se percibe narrativamente inflada, con larguísimas escenas de escaso aporte, que son evidentemente hechas para el deleite visual. Sin embargo, se agradece que el director y guionista se meta una y otra vez al lecho marino para hacer tomas de una nitidez nunca antes vista en el cine, con una digitalización que muestra escenas de acción que dejan sin aliento. En la paradoja extrema, recurre a métodos artificiales, para crear escenarios de perfectos ecosistemas.
El realizador aprovecha esta extenuante batalla en el mar, entre nativos que disparan flechas y mercenarios con armas altamente tecnificadas, para hacer guiños visuales a las electrizantes El Secreto del Abismo (The Abyss, 1989) y Titanic (1997) en las que juega permanentemente con la estampa, siempre espectacular, por insólita, de espacios que se inundan angustiosamente.
Dentro de todo este juego de guerra y persecuciones entre tipos malos y avariciosos, contra buenos y sacrificados, está el reproche permanente a las consecuencias perniciosas del uso de la tecnología. En este caso, hay una maravillosa gala de dispositivos mecánicos, como juguetes bélicos, creados con una ingeniería diabólica, que utilizan los invasores para aniquilar y destruir todo lo bello que hay en este santuario de riquezas ambientales.
El largo desenlace es una joya de la acción. Los combates nocturnos en varios frentes, sobre un buque de guerra en forma de aeronave, crean escalofriantes figuras fantasmagóricas que matan y mueren entre los proyectiles. James Cameron bien podría impartir un seminario a los productores de Marvel para enseñarles cómo es posible hacer secuencias de destrucción monumental, cargadas de suspenso y con personajes que tienen propósitos, a diferencia de los superhéroes, que utilizan los escenarios solo para derribarlos con estruendo insustancial.
Avatar: El Camino del Agua es una odisea visual, interesante y entretenida. Deja, al final, una grata sensación de asombro, pues queda la impresión de que se ha visto una película única y sin contraste.