El secretario de Gobernación está en campaña.
Mientras sus simpatizantes tapizan bardas y llenan internet con banners en los que se lee la consigna “estamos AAgusto”, el funcionario recorre el país confrontando a gobernadores y lideres partidistas.
Con poco más de un año en el cargo, Adán Augusto López decidió tomarse en serio el papel de “corcholata”.
Hoy tiene un equipo de campaña -encabezado por el diputado tabasqueño Mario Llergo-, y un grupo de operadores que comienza a crear células de apoyo en todo el país.
No es la primera vez que México pierde a un secretario de Gobernación para ganar un aspirante a la Presidencia. De hecho, eso era lo común en el antiguo régimen (desde Lázaro Cárdenas hasta Luis Echeverría), pero en los últimos años eso no ha acabado bien.
En el año 2000, Francisco Labastida saltó de Bucareli a la candidatura presidencial del PRI, pero perdió las elecciones contra Vicente Fox.
En 2005, Santiago Creel usó la Secretaría para impulsar su precandidatura en las filas del PAN, pero Felipe Calderón lo derrotó en la contienda interna.
Felipe Calderón tuvo tantos secretarios de Gobernación (dos de ellos murieron trágicamente), que ninguno pudo aspirar en serio a ser candidato.
Y, en 2017, Miguel Ángel Osorio Chong también intentó ser candidato oficial desde el despacho de Gobernación, pero fue desplazado por los tecnócratas del Peñismo, quienes impulsaron la fallida candidatura de José Antonio Meade.
En el camino, los titulares de Gobernación dejaron una Secretaría maltrecha, incapaz de cumplir con la primera y elemental función de dicho despacho: “atender el desarrollo político del país y coadyuvar en la conducción de las relaciones del Poder Ejecutivo Federal con los otros Poderes de la Unión y los demás niveles de gobierno, para fomentar la convivencia armónica, la paz social, el desarrollo y el bienestar de las mexicanas y los mexicanos”.
Eso es justo lo que no está haciendo Adán Augusto López.
En un sexenio en el que el presidente de la República decidió no dialogar con la oposición, y tratar a los titulares de los otros Poderes como subordinados, se echa en falta un secretario que dialogue y construya acuerdos.
Pero el precandidato López se impuso al secretario Adán Augusto, y ahora es más común ver al secretario polemizando con los gobernadores, que tejiendo acuerdos.
Es más visible su operación doblando senadores de la oposición para aprobar la reforma constitucional que prolonga la presencia de las Fuerzas Armadas en labores de seguridad, que sus intentos por convencer de buena lid y con argumentos.
Son más notorias sus declaraciones insinuando acuerdos forzados con lo que queda del PRI para aprobar una reforma electoral, que sus acciones para construir un gran acuerdo para impulsar la gran reforma política que requiere el país.
Adán Augusto abandonó la imagen de político taimado, paciente, capaz de dialogar con los que piensan distinto. La imagen con la que se posicionó durante los primeros meses en los que ocupó el cargo.
Y ahora luce rijoso y combativo.
En la misma lógica de su jefe, prefiere ningunear, descalificar y confrontar a la oposición, que tratar de acercar posiciones.
Sabe que en Morena, por desgracia, no se premia la conciliación o el ejercicio institucional de los cargos públicos, sino la militancia radical y confrontativa.
Por eso, quizás, esta semana decidió lanzarse contra los gobernadores de Jalisco, Nuevo León, Guanajuato, Chihuahua, sin reparar siquiera en que los datos oficiales respaldaran su diatriba.
Qué importa si esas declaraciones comprometen la gobernabilidad de cuatro estados de la Federación.
Por eso, tal vez, acude a reuniones plenarias de los grupos parlamentarios de Morena en la Cámara de Diputados y el Senado a pedir cierre de filas, a atizar el fuego y a aceitar la aplanadora para aprobar por mayoría el Paquete Económico de 2023.
A quién le importa escuchar las advertencias de la oposición por una Ley de Ingresos que genera recursos artificialmente y amplía la deuda pública, si con eso el gobierno podrá seguir gastando en obras y programas sociales.
Por eso, el secretario-precandidato anuncia una “verdadera reforma electoral que acabe con los fraudes”, y aviva los trabajos en Comisiones para que en 15 días haya un dictamen en esa materia.
Qué importa si un Frankenstein electoral pone en peligro el 2024 y siembra la semilla de un conflicto postelectoral.
Hace unos meses, cuando se le preguntó a López Obrador por su nuevo secretario, el presidente lo definió como un político de “muy buenos modos, buenas prácticas, es tranquilo y prudente, y sabe escuchar”.
Hoy se echa de menos a ese Adán Augusto.
El secretario de Gobernación ha decidido privilegiar su aspiración presidencial y, con ello, se ha convertido en un factor de contienda y confrontación.
Eso vuelve muy difícil su obligación de conciliar y armonizar la política interna; sin embargo, él y sus simpatizantes en Morena no parecen reparar en ello.
Están “a gusto” con el nuevo Adán Augusto.