CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El telón de la noche abrazó el escenario del estadio de Saint-Denis, en Francia. La fecha para la puesta en escena se cumplió, y el 12 de julio de 1998 presentó sobre el césped a la Selección Brasileña, quien encontró frente así al representativo francés. Pero de entre los 22 actores que protagonizaron tal proeza, hubo uno que pareció no saber siquiera dónde se encontraba, un jugador que corrió porque tuvo que hacerlo: Ronaldo.
Ronaldo Luís Nazário de Lima irrumpió en el universo del balón cual gambeta: estrepitoso, fuerte y con cadencia, inesperado, vehemente y con una genialidad equiparable solo con el ritmo del bossa nova.
Los inicios de Ronaldo Nazário
El nacido en Río de Janeiro, Brasil, contaba con 21 años cuando era ya uno de los máximos referentes del cuadro verdeamarelha para el Mundial de Francia 1998, al mismo tiempo, el brasileño figuraba como la estrella de la marca deportiva Nike. Ronaldo era la promesa de un gran futuro que trastocaba con fuerza el presente.
Cuatro años antes, el atacante ya había vestido los colores nacionales durante el Mundial de Estados Unidos 1994. Certamen al que llegó con 17 años de edad, aunque la hazaña librada por su selección que se consagró campeona en penales ante Italia, tuvo que vislumbrarla fuera del césped, en la banca: no jugó ningún minuto durante dicho torneo.
Es importante decir que, durante el cotejo mundialista, tanto los miembros de la escuadra brasileña como la prensa internacional, se referían al niño de 17 años con el diminutivo de Ronaldinho, esto debido a que en el representativo de Brasil había un jugador llamado Ronaldo Rodrigues de Jesus, defensa que durante la temporada de 1994-95 militó en el Shimizu S-Pulse de Japón; solo a uno se le podía llamar “Ronaldo” en el Scratch du oro.
Ronaldo se hace de su nombre
Sin embargo, el crecimiento de ese niño fue meteórico, y pronto se convirtió en un hombre que podía y debía ser llamado “Ronaldo”. Aunque también se le conocería como el “Fenómeno”. Sus galopes incansables junto a sus dribles descomunales, sumado a su fuerza física que se mezclaba con una habilidad innata para hipnotizar la redonda y claro, sus goles, le llevaron más allá de la tierra prometida.
Por lo que su paso por la liga local, donde militó con el Cruzeiro Esporte Clube, tan solo duró dos temporadas: 1993 y 1994. Pronto emigró a la vieja Europa, y el PSV Eindhoven de los Países Bajos fue su destino para la campaña 1994-95; geografía futbolística que terminó por conquistar. Es importante decir que durante su etapa en la liga brasileña, anotó 44 goles en los 47 partidos que disputó, mientras que en su estadía con el PSV (1994-95, 1995-96), perforó las vallas 54 veces durante los 57 encuentros que jugó.
Parecía practicar capoeira con el balón cuando esquivaba rivales que pretendían detenerlo en esa carrera que tenía como meta final el arco. Sus goles eran casi tan naturales como la sonrisa que esbozaba cada que, precisamente, anotaba. Y es que el gol parecía ser una extensión no solo de su cuerpo, sino de su alma, pasión inherente que desbordaba en cada tiro.
La llegada a las grandes ligas
La liga neerlandesa parecía no poder soportar el juego brutal del brasileño. Cuestión que no pasó desapercibido para los directivos del Futbol Club Barcelona, por lo que en la temporada 1996-97 su arribo al club catalán fue inminente.
Su genialidad con el balón, junto a su imponente 1.84 de estatura y un notable incremento en su masa muscular, hicieron del brasileño uno de los delanteros más codiciados del orbe futbolístico. Y sí, también en España hizo de lo inimaginable algo posible.
El mulato con sus característicos dientes frontales separados entre sí, tenía apenas 20 años de edad cuando ya era considerado todo un portento como delantero, uno que hacía del césped su playa privada, en la que corría libre. Ahí, evadía rivales con una naturalidad inverosímil. Después, esos mismos terminaban por perseguirle, aunque ese esfuerzo resultaba ser en vano, pues lo único que miraban era un número 9 que se alejaba.
Vistiendo los colores blaugrana, el amazónico jugó un total de 49 partidos, en los que consiguió profanar el arco rival en 47 ocasiones. Cataluña fue su hogar temporal durante una campaña. Pronto, fue seducido por Italia, y dejó claro que el único sentido de pertenencia al que mostraba devoción era el balón, no importando el lugar por el que rodara. Ronaldo se había convertido en un coleccionista de goles, y esta pasión le llevó al Inter de Milán para la temporada 1997-98.
Francia 98
El año de 1998 era particularmente importante para el universo en donde todo gira alrededor del balón, pues se avecinaba una nueva edición de la Copa del Mundo, la cual sería disputada en Francia. Año que también significaba algo más para Ronie, ya que se sabía una de las cartas fuertes en el ataque de la Selección Brasileña del técnico Mário Jorge Lobo Zagallo. Ya no estaría en la banca, por fin jugaría su primer Mundial.
Apenas tenía 21 años y Ronaldo ya dejaba claro que pertenecía a una estirpe de jugadores diferentes, de esos que tras cada paso sobre el césped escribía con fuerza su nombre en la historia del futbol. Con pocos años como profesional, pero con gran experiencia, había hecho de su juego un arte, estética pura que terminó por transformarlo en un ícono Pop, cosa que para Nike no era cosa menor. La empresa estadunidense hizo del brasileño una marca registrada.
El último Mundial del siglo XX presenció el nacimiento de los coloridos Mercurial R9, zapatillas especialmente hechas para el “Fenómeno”, convirtiéndose así en el primer futbolista profesional en la historia en contar con un calzado deportivo que llevara su nombre.
El arribo al Mundial
Por fortuna, la mejor publicidad que ofrecía el atacante del Inter para vender su imagen lo hacía dentro de la cancha. Sus conducciones enfiladas hacia el arco hacían creer que nadie podría detenerle. La mezcolanza de una habilidad de fantasía y una cantidad de goles imposibles, hicieron de él un delantero de diseño.
El camino de Brasil en este cotejo mundialista dejó números irreprochables: En fase de grupos venció 2-1 a Escocia, ganó 3-0 a Marruecos, perdió ante Noruega 1-2. En octavos de final se impuso 4-1 a Chile. Para cuartos, batió 3-2 a Dinamarca. Llegados a semifinales, luego de un empate 1-1 contra Países Bajos, tuvieron que irse hasta los penales, donde los brasileños salieron victoriosos 4-2. Hasta esa instancia, Brasil anotó 14 goles, recibió 7 en contras, ganó 5 partidos de 6 posibles.
El conjunto verdeamarelha se mediría el 12 de julio ante la selección anfitriona, Francia. Pero antes de que culminara el guion de esta obra mundial, hubo un prólogo sorpresivo y dramático, el cual tuvo como personaje principal al ariete de 21 años de edad.
“¡Ronaldo se muere!”
“Un día antes de la final de 1998, decidí descansar un poco después del almuerzo y lo último que recuerdo es ir a la cama. Después de eso tuve una convulsión. Estaba rodeado de jugadores y el fallecido Dr. Lidio Toledo estaba allí. No querían decirme qué estaba pasando. Les pregunté si podían irse y hablar en otro lado porque quería dormir”, comentó Ronaldo en una entrevista de 2019 a la revista inglesa Four Four Two.
Uno de sus compañeros, el mediocampista Leonardo, le pidió que fueran a dar un paseo por el jardín del hotel donde se estaban hospedando y le explicó toda la situación, la conclusión fue que no jugaría en la final de la Copa del Mundo.
Para la misma revista, el también mediocampista Juninho explicó: “Roberto Carlos estaba en la misma habitación cuando el episodio sucedió y gritó. ‘¡Ronaldo se muere, Edmundo, Doriva, por favor, Ronaldo se muere!’. Fue una situación difícil, no solo para él, sino también para el cuerpo técnico. ¿Qué podíamos hacer? Él tuvo una avería y quería jugar, dijo que estaba bien. Fue complicado. La atmósfera antes del partido fue mala”.
El 12 de julio había llegado, pero había algo raro, el ambiente se llenó de incertidumbre. Minutos antes del encuentro se había filtrado la alineación con la que Brasil saltaría a la cancha, y en ella no figuraba el nombre de Ronaldo. Ni siquiera en la banca. En cambio aparecía alguien más que ocuparía su lugar, el atacante Edmundo. El pánico y desconcierto se hizo presente, pues un día antes no se había hablado de alguna modificación en la estrategia de la selección. No se sabía el motivo de tal decisión.
Después del episodio sucedido un día antes, el nacido en Río de Janeiro ya no regresó al hotel de concentración con sus compañeros. Ronaldo explicó para Four Four Two que fue a hacerse exámenes médicos, mismos que no mostraron nada anormal. Fue como si nada hubiera pasado. Regresó a la mañana siguiente a tiempo para el partido y fue directo a los vestidores.
Un fantasma
“Me acerqué a Zagallo, y junto con el Dr. Lidio Toledo, le mostré los resultados de mis pruebas, se las entregué y le dije que estaba bien, que quería jugar. Él no tuvo otra opción y aceptó mi decisión”. El delantero no quería perderse su primera final en una Copa del Mundo, quería jugar o al menos eso intentaría.
Tras el dramatismo que se suscitó y la nula información al respecto, el partido inició. Y el brasileño que en cada partido corría sin tregua ahora solo deambulaba, aquel que con espontaneidad fabricaba versos con el balón a sus pies no hacía otra cosa que deshacerse rápidamente de la redonda cada que ésta le llegaba. Aquella noche en el estadio de Saint-Denis Ronaldo jugó, pero no jugó.
La pizarra terminó con un 3-0 a favor de Francia. El 10 de los galos, Zinedine Zidane anotó en dos ocasiones (al minuto 27 y al 45+1) y Emmanuel Petit (al minuto 90+3) concluyó la catástrofe brasileña. El episodio de la convulsión terminó por afectar no solo a Ronaldo, sino también al equipo entero.
“El Fenómeno” que había deslumbrado al orbe del balón y que no paraba de sonreír, se había convertido en un mártir que parecía haber perdido su alma en Saint-Denis. Y la jubilación parecía ser una salida fácil. Mucho se habló después de aquel juego. Aunque no se aclaró de inmediato qué es lo que realmente había sucedido —hasta la entrevista otorgada a Four Four Two en 2019—.
2002
Nike ha sido duramente cuestionada, pues se piensa que debido al contrato de imagen que los vinculaba, así como el lanzamiento de los Mercurial R9, lo obligaron a salir a la cancha. Aunque también se ha mencionado el entonces joven de 21 años simplemente no pudo con la presión de estar en una final. Lo que es un hecho es que es impensable que le permitieran jugar después de haber vivido un momento tan delicado.
Si bien en aquel juego el brasileño no pudo alzarse como campeón mundial, sí logró ganar un partido aún más importante: la vida venció a la muerte. Inexplicable cómo lo hizo, aunque estaba claro que él estaba acostumbrado a sobrepasar los límites de la realidad. Francia 98 terminó, pero Ronaldo pensaba ya en la siguiente fecha, 2002, donde buscaría su redención.