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“Soy de la generación de Sid Vicius y Patti Smith, antes de que se volviera tan cursi”: Christopher Domínguez Michael

Polémicos y provocadores son adjetivos con que vienen bien a los ensayos de Christopher Domínguez Michael. Desde hace más de cuarenta años, el escritor se ha erigido como un crítico tenaz que a veces acierta y otras no. “A los textos de un crítico los desautoriza el tiempo con una gran velocidad”, reconoce el autor de Diccionario crítico de literatura mexicana y Maiakovski punk y otras figuras literarias (Taurus), su título más reciente.

Domínguez Michael quien no duda en asegurar, aunque no lo aparente, su espíritu es punk, se acerca en esta ocasión a la obra de Christopher Hitchens, Michale Onfray, Byung-Chul Han, Bulgákov, Mariana Enríquez, Virginia Woolf, Enrique Vila-Matas o Raúl Zurita, entre otros, para proponer sino un canon al menos nuevas formas acercarse a la creación literaria.

¿Los criterios del crítico cambian con el tiempo?

Sin duda. Nadie es ajeno al curso del tiempo.

¿Qué es lo Punk para usted en términos literarios?

El título del libro se debe a que Juan Bonilla, el novelista jerezano, quien escribe una novela donde presenta a Maiakovski en esos términos, de la cual me ocupo en el libro. Pero dado que en mi libro también aparece Cathy Acker, podríamos pensar en una categoría estética.

¿Qué tan punk se considera usted mismo?

Mucho. Soy de la generación de Sid Vicious y de Patti Smith, antes de que se volviera tan cursi.

A través de varios de los autores que revisa en el libro establece un diálogo con la política de sus respectivos países, pienso en casos como los de Benedetti o Vargas Llosa. ¿Hoy como percibe ese diálogo en México?

El intelectual como figura pública y actor político pertenece a las tradiciones del siglo XX. En el nuestro, los régimenes populistas procuran expulsar al intelectual, sea poeta, novelista o ensayista, de la escena.

En su texto sobre Zizek lo define como un icono más que como un pensador. ¿Será que ese tipo de fenómenos que cubre buena parte del mundo de las letras? ¿El prestigio de un autor reposa ahora más por su presencia redes sociales más que en la literatura?

Las redes sociales son un medio de comunicación. En sentido estricto, su influencia sobre la literatura es tangencial, como las que tuvieron en su día el telégrafo y el teléfono. Publicidad siempre ha habido. Dumas y Balzac la tuvieron, García Márquez también. Fueron íconos. El culto a las redes sociales es una necedad. Enorgullecerse de ser “internauta” o “tuitero” equivale a que hace medio siglo algún usuario se proclamase “telefonista” con orgullo.

¿Considera que a Byung Chul Han le puede suceder algo parecido al fenómeno Zizek?

Zizek pertenece al neocomunismo, Han a la autoayuda. Los comunistas tienen derecho a pedir una nueva oportunidad para repetir sus crímenes, se los garantiza la democracia; la autoayuda condimentada con filosofía habría complacido a Sócrates y a Platón.

¿Qué riesgos percibe en la incapacidad de separar al autor de la obra, pienso por ejemplo en Vargas Llosa, se habla más de sus ideas políticas que de sus libros de literatura?

Es inevitable. El autor a quien llama el demonio de la política sabe las consecuencias y las asume con gallardía, como Vargas Llosa.

¿Con que autor o autora considera que el tiempo no le dio la razón en términos de trascendencia?

Son muchos. A los textos de un crítico los desautoriza el tiempo con una gran velocidad. Buen crítico no es el que gana todas las carreras, sino quien va diario a apostar al hipódromo.

¿Atrás de esos un libro como este hay un interés por establecer un canon o por descubrirse a usted mismos como lector?

Llevo cuarenta años como crítico literario, ya es tarde para descubrirme como lector; el canon es obra del tiempo y los críticos estamos a su servicio (del canon) a veces hasta involuntariamente. Obviamente, criticar es dialogar con lectores, generalmente imaginarios.

Varios de los autores de los que habla son digamos, políticamente incorrectos, ¿cuál es su opinión sobre la corrección política y su influencia en la literatura?

El arte está más allá del bien y del mal. Pero nadie está obligado a leer a Sade o a Céline o a la gran Elena Garro. Su sólo existencia –más allá del derecho de cualquier lector a rechazar sus ideas– exige la vigencia de la primera de las libertades: el derecho a decir cosas que puedan desagradar, incomodar y hasta herir. Estoy en contra de toda cancelación, sea religiosa o política, islámica o propia del puritanismo universitario estadounidense. Y los únicos que obligan a leer literatura dañina, estéticamente repugnante, han solido ser los regímenes totalitarios.

¿Se arrepiente de no haber incluido a alguien en este libro o en su Diccionario de Literatura Mexicana?

Mi obra, para bien o para mal, se expande y cada día abarca más autores, según voy leyendo. Pero creo que, como decía un clásico, el lapiz con goma escribe, pero también borra.

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