Por Alberto Vizcarra Ozuna
En una de las visitas de Cuauhtémoc Cárdenas al municipio de Cajeme, a la región del Valle del Yaqui, en el sur de Sonora, con motivo de la presentación de su libro más reciente “Por una democracia progresista”, ofreció una conferencia de prensa. Un reportero le pregunta: ¿Qué piensa de la Cuarta Transformación? Y Cárdenas replica, “primero explícame qué es la Cuarta Transformación”. La réplica, tiene un toque de impaciencia, no contra el reportero, sino contra el intento de encubrir en el poder de lo simbólico y las representaciones, el hecho de que el gobierno, no obstante su retórica en contra de las políticas económicas neoliberales, se mantiene adherido al núcleo duro de las mismas.
Los símbolos pueden referir la sustancia, pero no sustituirla, porque representaciones y evocaciones históricas sin contenido, sirven para dejar en el discurso lo que no se dispone en la práctica. Esa ha sido la ruta de un gobierno cuyo arranque inicia con el anuncio formal de que sobre el cielo mexicano desaparecía el neoliberalismo, y al atardecer de la administración, se puede concluir que le estaría aportando seis años más de cumplimiento a las políticas macroeconómicas que, por las últimas cuatro décadas, le han impedido al país el cumplimiento de metas decorosas en el crecimiento económico, en la disminución de la pobreza y el desempleo.
Así lo refiere Cárdenas en una de sus más recientes entrevistas, al señalar que las cifras oficiales admiten que durante la presente administración ha aumentado el número de pobres y más de la mitad de la población vive en condiciones de pobreza. La observación crítica es precisa al apuntar que en el manejo de la macroeconomía, “se sigue con los mismos programas neoliberales, pues es el mismo modelo económico que desde los años ochenta, el PRI y el PAN han compartido y que hoy (al respecto y en este gobierno) no se ven los cambios todavía”. Y luego remata: “si se hace lo mismo, el resultado no puede ser diferente”.
Por eso, no es aventurado advertir que el sexenio cerrará con un crecimiento económico cuya tasa anual no superará el mediocre 2 por ciento nominal que ha registrado el largo periodo neoliberal, no obstante el entusiasmo de los que le conceden virtudes mágicas al conflicto comercial de los Estados Unidos con China, colocando a México como el beneficiario de estos desajustes geopolíticos. Depositar en lo fortuito de los mercados la “buena o mala suerte” de la economía nacional.
Cárdenas no ha dejado de insistir en que la mejor forma de encarar los riesgos que representa para el país el marcado proceso de polarización política, es empujando la discusión programática. Y muestra la preocupación de que las posturas de choque se retroalimenten desde la oposición y desde el gobierno, “pues si eso se agudiza puede ser riesgoso”. “Lo que no tenemos que hacer es buscar la confrontación por la confrontación misma”. Esto lo lleva a reiterar lo que ha sostenido durante años. Insiste en que la discusión no debe de tener como referencia primera a personas o a personalidades, sino a propuestas y programas de gobierno para resolver los problemas nacionales.
En torno ello propone que se debe de impulsar un gran diálogo, una discusión a lo largo y ancho del país. Las observaciones críticas de Cárdenas no pueden ser descalificadas enviándolas al socorrido sitio del conservadurismo, tampoco encontrándoles una motivación política oportunista. Hay un peso moral indiscutible en ellas, un aval histórico de congruencia y la mesura que suelen regalar los años de una larga vida encabezando y acompañando las mejores luchas por el bienestar del país.
A México le apremia ese diálogo programático propuesto por Cuauhtémoc Cárdenas. La postergación decidida por el actual gobierno de los cambios en la política económica guiada por el Consenso de Washington, ha propiciado que los problemas fundamentales del país se profundicen, mientras el presidente se limita a demostrar el éxito de su gobierno buscando el triunfo de su partido en la elección presidencial del año entrante.
No hay futuro para el país, si continua atado en forma incondicional al impulso geopolítico de los intereses angloamericanos, propietarios de un sistema financiero y bancario en crisis, que se sostiene de pie a costa de los flujos de liquidez bombeados por los bancos centrales que arbitrariamente suben la tasas de interés y obligan a los países pobres a sacrificar sus economías y su desarrollo económico social con el pago siempre creciente de la deuda externa. Este deberá de ser uno de los puntos torales de la discusión nacional en México.
El mundo ha entrado a un ritmo de tensión ascendente, en la medida en que las pretensión unipolarista de occidente, se proponen un verticalismo normado a la medida de las necesidades de un sistema financiero internacional que solo puede sostenerse a flote derrumbando los principios básicos y elementales de la convivencia entre naciones. Ello incluye la eventualidad de una tercera guerra mundial.
México no puede continuar como vagón de un ferrocarril que tiene como destino lo incierto; se requiere ampliar la mirada y comprender que está en curso un mundo multipolar en el que un número creciente de países sostienen una política exterior que le da prioridad a sus intereses nacionales. A ello obedecen los agrupamientos de naciones que procuran escapar a la dinámica sofocante de las políticas económicas del sistema financiero de occidente. Es el caso de los BRICS, que agrupa a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (y otros que están por ingresar) para impulsar no solo acuerdos comerciales sino financiar proyectos conjuntos de infraestructura económica básica que eleven las capacidades físicas de sus economías.
La disputa por la presidencia en México, pasará a ser un tema baladí si estos asuntos no están sobre la mesa de la discusión.