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La humanidad no se suicida, pero las civilizaciones sí sucumben | Artículo

Por: Alberto Vizcarra Ozuna

Desde los antiquísimos escritos de Platón, (400 A.C), quedó establecido que la desaparición de civilizaciones enteras podría ocurrir por fenómenos naturales desbordantes, pero no dejó de señalar que el riesgo mayor se anidaba en las posibles fallas morales de la humanidad y de sus gobernantes para hacerle frente a las crisis de frontera en el plano existencial. La visión del sabio griego es una advertencia milenaria a un mundo que está demostrando reconocidas inconsistencias morales para abandonar la ruta, que con pasos constantes, se encamina a una guerra nuclear, cuyas consecuencias inmediatas desaparecerían toda forma de existencia civilizada sobre el planeta.

El expansionismo irrefrenable de la OTAN, opera con el propósito de hacer valer, por todos los medios -incluida la guerra- la conformación de lo que se ha dado en llamar un mundo unipolar, esto es una especie de dictadura financiera, económica y política global; un mundo normado a la medida de los intereses de una elite oligárquica occidental cuyo orden se desintegra y la perpetuación del mismo exige un relanzamiento agresivo de la expansión colonialista. Encaminados en esa dirección, chocan con naciones que tienen la fuerza económica y militar para resistirse a esos dictados, y no aceptan su disolución frente al impulso unipolar.

Es el contexto que explica la guerra sustituta entre la OTAN y Rusia en el territorio ucraniano. No han faltado voces desde los círculos del establishment angloamericano, que con franca arrogancia, plantean la disolución del territorio ruso como un imperativo insoslayable en sus planes de dominación geopolítica, para tomar control sobre el más vasto banco de materias primas ubicado en el corazón euroasiático. Tampoco están ausentes las voces que desde el liderazgo ruso rechazan la desintegración de su territorio y se muestran dispuestos a ir a la guerra antes de que estos planes se pudieran consumar.

Foto: Reuters

En el orden actual, las posturas son irreconciliables y la guerra aparece como un desenlace inevitable. El punto límite exige negociaciones inspiradas en propósitos que resultan incompatibles con la descabellada ambición de una dictadura global que tiene como eje a los poderes financieros de occidente. Estamos en una turbulencia cuyo cambio de fase, advierte desenvolvimientos inéditos que se acumulan en dirección a dos vertientes: la guerra nuclear o la creación de una nueva arquitectura financiera y de seguridad internacional basada en principios que superen los axiomas geopolíticos orientados al unipolarismo. El dilema contiene un mensaje claro: el mundo ya no regresará a la perpetuación de las políticas económicas y financieras que lo tienen al borde del precipicio.

Las voces que reconocen la gravedad del momento son significativas pero no suficientes. Desde ángulos políticos distintos, señalan con estricto rigor la amenaza que representa la pérdida de racionalidad en el discurso de las elites gobernantes de occidente, que dejan sin interlocución a las partes en conflicto para superar el problema. El legendario y laureado profesor de lingüística, Noam Chomsky, en una entrevista del 21 de enero, hizo un aproximación más que adecuada sobre la situación que vivimos: “en los últimos años, el Reloj del Juicio Final, que refleja cuan cerca está la humanidad del Armagedón, se aproxima a la media noche, y esto simboliza la extinción de la humanidad”. Describió los tres factores que amenazan a la humanidad en la actualidad: “una creciente amenaza de guerra nuclear; una amenaza muy grave y creciente de destrucción del clima; y el deterioro de un escenario de debate y deliberación serios y racionales”. Hizo hincapié en que revivir el debate y la deliberación racionales es la única esperanza de abordar el peligro de una guerra nuclear.

Los apuntes de Chomsky entran en consonancia con el llamado de la dirigente política Alemana Helga Zepp LaRouche, presidente internacional del Instituto Schiller, quien desde el inicio del conflicto militar en la Europa del Este, ha contribuido a estimular un movimiento mundial de ciudadanos en contra de la guerra y creado una plataforma de diálogo e interacción entre ciudadanos e instituciones de oriente y occidente, involucrando a distinguidas personalidades de ambos lados del atlántico que comprende a científicos, legisladores, militares, dirigentes políticos y sociales, quienes tienden a reconocerse en la necesidad de establecer un conjunto de principios que suplan a los axiomas de la geopolítica que nos encamina al desastre general. Desde esta plataforma deliberativa salió el respaldo a la oferta presentada por el Papa Francisco, de que el Vaticano se constituya en la sede neutral para conversaciones sin condiciones previas entre Rusia y Ucrania, que permitan los primeros pasos hacia la distención y la apertura para desescalar el proceso que está conduciendo a la guerra nuclear.

Foto: Reuters

El mundo ya tuvo la capacidad de superar un conflicto similar, cuando la crisis de los misiles en 1962, aunque los asesinatos del presidente J.F. Kennedy, de Robert Kennedy y de Luther King, interrumpieron la continuidad en un proceso que cambiara las causas económicas y financieras que conducen a la guerra. Al inicio de los años sesenta, Luther King aborda el tema del peligro de guerra nuclear en un sermón escrito al cual tituló, “Una pregunta inquietante”.

En aquel sermón el reverendo King, muestra un optimismo cauteloso con relación a la idea de la bondad inherente de la naturaleza humana, en polémica explícita con la definición Roussoniana del “buen salvaje” y con el racionalismo empirista de la ilustración. Acusa la herida existencial que pesa sobre el hombre y la humanidad, al haberle impuesto una separación y en muchos casos un conflicto entre la fe y la razón. Desarrolla la idea de la colaboración imprescindible entre ambas para que el hombre adquiera la fuerza que le permita expulsar el mal que conforma estructuras y da cobijo a los demonios de la destrucción. Esta es la mejor forma de responder a la inquietante pregunta de ¿por qué no hemos podido expulsar al mal que nos amenaza?, el mismo mal que ahora nos ha colocado frente a una crisis civilizatoria.

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