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La derecha iliberal se radicaliza (y la izquierda lo celebra) | Artículo

Por Antonio Salgado Borge

La nueva amenaza populista a las democracias liberales que se ha extendido por el mundo fue forjada en Reino Unido y en Estados Unidos desde la derecha.

La llegada al poder de Boris Johnson y de Donald Trump fue considerada el clímax de este proceso; el repudio que desbancó a ambos mandatarios, su ocaso. Pero claramente este no ha sido el caso.

Y es que los principales partidos de derecha en estas dos naciones se muestran convencidos de que, con sendos procesos electorales en puerta, lo mejor que pueden hacer es redoblar su cruzada contra el liberalismo.

Empecemos por Reino Unido.

Tras la renuncia forzada de Boris Johnson, el Partido Conservador británico elegirá en los próximos días a su reemplazo. De acuerdo con las normas vigentes en ese país, el Primer Ministro es siempre elegido por el partido más votado en la más reciente elección general.

Dentro del Partido Conservador, esto implica que los dos candidatos preseleccionados por sus miembros del parlamento (MP) serán votados por las 160,000 personas con credencial vigente de ese partido.

De la naturaleza de este proceso se derivan dos conclusiones. En primer lugar, que 160,000 personas, obviamente todas conservadoras, elegirán al próximo Primer Ministro de un país con casi 70 millones de habitantes.

La segunda, especialmente relevante para efectos de este análisis, es que en un sentido este proceso terminará funcionando como una elección primaria, pero a la inversa.

Me explico. Normalmente, cuando un partido tiene elecciones primarias, los candidatos tienden a radicalizarse para apelar a la base partidista con poder de voto. Posteriormente, cuando compiten en elecciones abiertas al público general, los candidatos se moderan para atraer a los centristas y a algunos votantes del lado opuesto del espectro ideológico.

La población general de Reino Unido prefiere masivamente al ex-canciller Rishi Sunak, un conservador tradicional y, a grandes rasgos, liberal. Pero la base del Partido Conservador tiene una clara preferencia por Liss Truss, actual ministra de relaciones exteriores y leal a Boris Johnson, quien promete seguir la misma senda populista trazada por el Primer Ministro saliente.

Desesperado por competir, Sunak se ha visto forzado a tirarse cada vez más hacia la derecha. Y en reacción a esta estrategia, Truss ha acentuado su discurso iliberal y ha hecho promesas radicales, irreales y populistas con el fin de marcar su pedigree como la “verdadera” voz de la base conservadora.

El resultado inmediato será, muy probablemente, la elección de Truss como Primera Ministra. En consecuencia, Reino Unido contará con un gobierno hecho por y para su base de derecha populista.

Liss Truss

El Partido Laborista, el principal partido de izquierda en Reino Unido, ha celebrado este fenómeno. los laboristas consideran que ello les otorgará amplias posibilidades de derrotar a los Conservadores en la próxima elección general abierta. Kier Stamer, el líder y candidato natural laborista, conoce lo anterior perfectamente y ha planteado un discurso moderado que busca sumar a conservadores liberales a su causa, incluso si esto implica sacrificar algunas banderas tradicionales de la izquierda.

Aunque con diferencias importantes, en Estados Unidos un fenómeno análogo parece cocinarse.

Las elecciones internas del Partido Republicano llevadas a cabo durante las últimas semanas muestran que el trumpismo tiene un control casi total sobre ese partido. Es notorio que la mayoría de los triunfadores en este proceso son candidatos apoyados por ese expresidente; personas dispuestas a replicar su “gran mentira” –la idea de que un fraude derivó en el triunfo electoral de Joe Biden–, sus teorías de conspiración, sus tropos populistas o sus posiciones de derecha extremista.

Nada refleja mejor este fenómeno que el hecho de que de diez legisladores republicanos que votaron por hacer el impeachment a Trump hace unos años, sólo dos tienen la opción de repetir este año. El resto ha sido castigado sin misericordia por la delirante base republicana trumpista.

Es importante notar que en algunos estados estos candidatos tienen el triunfo en la bolsa. Esto es posible gracias a que una técnica de sofisticada ‘redistritación’ a modo, conocida como gerrymandering, ha derivado en que algunos distritos sean virtualmente imposibles de perder por un candidato republicano.

Quienes compiten en esos distritos tienden a radicalizarse para apelar a la base de ese partido que a su vez, terminará determinando al triunfador de las elecciones internas y generales en su distrito. El resultado: los conservadores terminan masivamente sobrepresentados y los congresos locales están totalmente dominados por los radicales republicanos, quienes cambian leyes o desacatan a supremas cortes locales para afianzar su poder y permanencia; esto es, un iliberalismo puro y duro.

Sin embargo, hay muchos sitios donde el gerrymandering no ha ocurrido o no ha sido definitivo. Ahí, los trumpistas no tienen el triunfo asegurado. Y el Partido Demócrata lo sabe perfectamente. Tan este es el caso, que se ha documentado extensamente cómo desde ese partido se han patrocinado anuncios a favor de los trumpistas en las elecciones internas republicanas.

En estos anuncios se “alerta” a la base republicana que un voto por el candidato iliberal es un voto por Donald Trump y por el ultraconsevadurismo; en contraparte, se presenta a los candidatos republicanos moderados como ajenos o traidores a la causa trumpista.

Lo importante aquí es que los demócratas está apostando por competir en las elecciones generales con varios candidatos iliberales impresentables. La idea es que estos candidatos serán inaceptables para el público más allá de la base republicana y que la disidencia liberal dentro de ese partido, pequeña pero existente, terminará votando por demócratas liberales moderados.

Esta disidencia incluye a personas que simpatizan por republicanos tradicionales como Liz Chenny, una legisladora republicana social y económicamente conservadora que perdió su elección interna por su anti-trumpismo o Mike Pence, un ultraconservador desde cualquier ángulo del que pueda vérsele.

La estrategia del Partido Demócrata es moralmente discutible y, claramente, un arma de doble filo. Para efectos de este análisis lo relevante es que, al igual que en Reino Unido, la derecha estadounidense se ha radicalizado y ha desbordado su iliberalismo. Y al igual que en Reino Unido, la izquierda parece apostar al liberalismo como un paraguas capaz de dar cobijo a una suerte de coalición electoral amplia.

En esos países, una coalición de este tipo se ha estado conformando en el terreno académico o en el periodístico. Por ejemplo, pensadores de centro-izquierda como Yascha Mounk y de centro-derecha como Anne Applebaum, que durante años parecieron confrontados por ideas irreconciliables en asuntos como el tamaño del Estado, las políticas sociales o la redistribución del ingreso, han dejado de lado esas diferencias y se han convertido en aliados intelectuales.

Tal como el propio Mounk ha afirmado, el conflicto entre liberalismo y populismo–iliberalismo es más fundamental que el debate entre posiciones de izquierda y de derecha. Y lo es porque en una sociedad iliberal no hay espacio para que cada persona forme sus metas con autonomía, se exprese libremente, elija democráticamente a sus gobernantes o vigile su comportamiento.

A mediados de la década pasada, Reino Unido y Estados Unidos fueron laboratorios para el molde populista que se extendió por el mundo y ha puesto en jaque a las democracias liberales. Ahora la derecha iliberal en esos países se ha radicalizado, y su izquierda lo celebra confiando en que el público no dará su espalda al liberalismo.

Antes de que termine el año los electores británicos y estadounidenses nos habrán dejado saber si han entendido lo que está en juego. Y si sabrán poner de lado sus diferencias para defender las pre-condiciones que todavía les permiten la posibilidad de decidir y de autodeterminarse.

*Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo)
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