La vida le ha dado una segunda oportunidad a Hugo Carabes. Es como el segundo tiempo en el futbol que tanto ama. Cuando estaba listo para debutar como profesional no lo hizo porque no pagó los 100 mil pesos que le pidieron a cambio. Después vino el fatal accidente en el que perdió una pierna. Ni debut y con su vida deshecha. Pero gracias a su voluntad y a la liga de amputados pudo levantarse hasta llegar a la selección nacional mexicana, que recién compitió en el Mundial de Turquía.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Hugo Carabes mata el balón con uno de los bastones de los que se sostiene. Con el que descansa en su antebrazo izquierdo lo golpea y lo impulsa hacia atrás. La única pierna que tiene recibe la bola de taquito, le pone estilo; se la acomoda y empieza las dominadas. Uno, dos, tres cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve pataditas antes de empujarla hacia su cabeza. Y comienza otra vez la cuenta: dos, tres, cuatro…seis…ocho…diez. La vuelve a matar, ahora sobre la nuca. El esférico descansa ahí un parpadeo, lo lanza hacia su pie y con un toque perfecto se lo pasa a su compañero, quien se apura a hacer lo mismo antes de que la luz del semáforo cambie a verde.
Es la esquina de José Vasconcelos y General Hill, en la Hipódromo Condesa, una colonia en la alcaldía Cuauhtémoc de la Ciudad de México. Ahí los automovilistas miran asombrados cómo un par de muchachos amputados hacen jugadas de fantasía. El balón baila al ritmo de Live is life, la canción de la banda austriaca Opus que se convirtió en un himno de ánimo y fuerza a mediados de los ochenta.
Frente al consulado ruso, Hugo Carabes pasa unas cinco horas al día, cuatro veces a la semana. A algunos espectadores la incredulidad les deja la boca abierta, otros se esculcan los bolsillos. De a poco, en un buen día junta unos 500 pesos, o la mitad, más o menos, si la lluvia lo espanta. Live is life, la vida es como es. A Hugo Carabes le falta la pierna izquierda, pero le sobra voluntad.
Hugo Rafael Carabes López es el camiseta número siete de la Selección Mexicana que en octubre último participó en el Mundial de Turquía 2022, disputado en Estambul. Es un volante ofensivo, el famoso “10” que ayuda a crear los goles del equipo. A México no le fue bien en ese torneo, fue eliminado en los dieciseisavos de final por los locales que a la postre resultaron los campeones. Carabes tiene 37 años y es un infaltable en la Liga Nacional de Futbol de Amputados donde ha sido dos veces campeón, con los Tigres de la UANL, en 2019, y con los Chapulines FC, el año pasado.
Carabes recibe a Proceso en la cancha del Deportivo Valle Escandón, en la alcaldía Miguel Hidalgo, muy lejos de aquel tiempo en el que intentó ser un futbolista profesional. Era un niño de cuatro años en su natal Tocumbo, Michoacán, cuando el balón se convirtió en una extensión de su cuerpo. Se empeñó tanto que alcanzó la Tercera División con los clubes Socio Águila y Zacatepec. Los Truenos de Cuautitlán, filial del Necaxa en la Segunda División, quisieron sumarlo a su plantilla, pero a cambio de dinero.
“Me pidieron 100 mil pesos para debutar. Le comenté a mi papá que era una inversión que podíamos recuperar, pero no quiso; me decía que me alcanzaba para hacerlo sin pagar. En ocasiones sólo puedes seguir subiendo en el futbol con dinero o por palancas”, dice.
Sin hacer a un lado el balón, Carabes abandonó el sueño de ser futbolista profesional y se refugió en la “talacha”, esos partidos de nivel amateur en los que se cobra por jugar casi siempre en el llano. Ganaba unos ocho mil pesos por semana y tenía un partido diario. Además, trabajaba en la paletería que su familia tiene en el corazón de la colonia Escandón hasta que en 2016 un accidente cambió su destino.
“Recuerdo que era viernes, no sé de qué mes. Pasé en la moto a recoger a mi esposa Brenda a su trabajo e íbamos camino a la casa. Estábamos cruzando la Avenida Chapultepec y Sonora cuando un taxista se pasó el alto y nos chocó. Aún lo tengo en mi cabeza porque no perdí el conocimiento, es casi como si pudiera sentir encima la carrocería. Mi esposa y yo llevábamos casco, ella se estrelló contra el parabrisas y cuando rebotó cayó sin casco, inconsciente”.
“Yo traía un pantalón, pero me di cuenta de que mi pierna estaba rota porque estaba volteada viendo hacia mí. No le presté importancia porque quería ayudar a Brenda. Me levanté, no sentí nada de dolor y cuando di el paso me caí. Estaba en estado de shock. Ya se había juntado mucha gente a nuestro alrededor. Reaccioné y saqué mi celular para contactar a mis familiares y que llamaran una ambulancia que llegó en cuestión de minutos”, narra.
Carabes recuerda que un paramédico se acercó a ayudarlo. Tenía una fractura expuesta, la tibia y el peroné los traía de fuera. Le pidió que primero atendiera a su esposa, quien resultó con golpes leves. Después lo subieron a una tabla de rescate donde le acomodaron la pierna y lo trasladaron al hospital más cercano.
“Cuando llegué a urgencias comencé a sentir un dolor insoportable en la pierna izquierda, ya se me había bajado la adrenalina. Los médicos estaban buscando cómo unir mi pierna que estaba colgando. Me estallaron los músculos y los tejidos, mi pierna estaba desbaratada. Los médicos me advirtieron del peligro que una infección provocara más daño. La única alternativa era amputarme. Le dije a mi hermana que no quería, pero no había manera de salvarla. Me anestesiaron y cuando desperté ya no la tenía”, cuenta.
Aún en el hospital, Hugo Carabes pensaba en sus hijas, unas niñas de entonces de 10 y 12 años. No quería que lo vieran así. Caviló durante horas sobre su nueva condición. Sabía que se le acabó el futbol. Los médicos que lo atendieron lo aleccionaron. El futbol convencional no es lo único y le hablaron del deporte adaptado que no alcanzaba a entender, ¿cómo podría jugar con sólo una pierna?
“Me hice el fuerte. Pensé que podía yo solo con todo esto, pero pasaron tres meses y entré en depresión. No podía parar de llorar, así que le pedí ayuda a mi hermana. Le dije me llevara con un psicólogo. Eso lo cambió todo. Al principio no quería ni salir de la casa, iban mis amigos a verme, pero yo no quería que entrara nadie porque pensaba que sólo querían ver cómo quedé. Incluso tuve pensamientos suicidas, aunque nunca atenté contra mi vida”.
En el hospital privado le hacían curaciones cada dos o tres días, eran muy agresivas y le lastimaban el muñón. Un día le avisaron que tenía una infección y le querían amputar otro pedazo de pierna, hasta arriba de la rodilla. Se preocupó porque desde que lo operaron le dijeron que era candidato a usar una prótesis.
En el Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), Carabes encontró una argolla entre la oscuridad a la cual se aferró. Después de meses de terapia física para fortalecer su muñón, el INR le entregó su primera prótesis. Volvió a sentirse completo. Soltó las estorbosas muletas que le impiden hasta lo más simple, como servirse un plato de comida. Hugo, levántate y anda.
A Hugo Carabes se le escurren las lágrimas mientras acaricia un balón. Tiene la mirada extraviada. “Extraño mi pierna”, suelta con la voz entrecortada. “Me llegué a caer porque sentía que tenía mi pierna, jamás se te quita el dolor. Te acostumbras al dolor del muñón y al que causa la prótesis. Al principio me costó mucho adaptarme, pasé por lo del miembro fantasma (la sensación de seguir teniendo la pierna completa). Sentía como si tuviera comezón en el tobillo, me rascaba el muñón, pero era como si lo hiciera en el tobillo”, narra Carabes.
Pasaron casi nueve meses para que aceptara y asimilara su nueva realidad como una persona con discapacidad. Se animó a investigar sobre los futbolistas amputados. El primer contacto lo hizo con los Guerreros Aztecas, uno de los 10 equipos que hoy día integran la Liga Proan de Futbol de Amputados en México. Ahí descubrió una nueva oportunidad.
“El profe Ernesto Lino me dijo que si tenía ganas de jugar era bienvenido y que me esperaba al día siguiente. Así lo hice. Me costó trabajo adaptarme porque juegas con los bastones y hasta entonces yo sólo había utilizado muletas. Aprendí a perder el miedo a caerme y a darme cuenta que es algo que va a pasar. Eso sí, los golpes en el muñón son durísimos y duelen, pero es cuestión de aprender las mañas para adaptarte”.
Los futbolistas amputados usan bastones canadienses para tener estabilidad, son seguros y no soportan el peso de la persona sino que previenen las caídas. Les ayudan a tener mejores movimientos en el campo. El reglamento dicta que los bastones son como extensiones de los brazos y no pueden utilizarlos. Si tocan el balón con ellos se cuenta como una “mano”.
La determinación de Hugo Carabes como futbolista amputado lo catapultó a la selección nacional. Debutó en la Copa del Mundo de Futbol de Amputados 2018 que se realizó en San Juan de los Lagos, Jalisco, certamen en el que México obtuvo el cuarto lugar.
El futbol es un pasatiempo para Carabes. No le deja el dinero que necesita para pagar las cuentas. Por eso, regresó al negocio familiar de las paletas que, sin embargo, en 2020 cerró por la pandemia. Los cruces peatonales se convirtieron en su lugar de trabajo.
“Unos amigos que también están amputados me dijeron que iban a los semáforos a hacer dominadas y que les iba muy bien, así que durante un año, desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde hice lo mismo. De ahí salió para alimentar a mi familia”.
Hugo Carabes rompe en llanto otra vez. No suelta su balón. Lo abraza como si fuera un tesoro. “La vida de repente te pega muy duro. El accidente me cambió totalmente. Me ha hecho mejor persona y he revalorizado la vida. He aprendido a disfrutar cada momento y a no reclamar el porqué me pasó. Si el golpe hubiera sido más grave, tal vez no la hubiera contado.
“Se me han dado las cosas, he conocido otros estados y otros países, que no hubiera podido como talachero. Es un sueño competir y poner el nombre de nuestro país en alto. Yo creo que con mis dos piernas no lo hubiera logrado. Escuchar el himno nacional es una sensación extraordinaria, sobre todo jugar contra los mejores futbolistas amputados del mundo”.
Hugo Carabes aún va a los semáforos a hacer dominadas. Encuentra una dosis de felicidad en la fascinación que le provoca a la gente. Con el regreso de los niños a las clases, volvió a trabajar con su papá en la paletería.
Su próximo objetivo es asistir a la Copa América de 2024. Sueña con un día marcar un gol tan bonito como el de Marcin Oleksy, el delantero polaco que en 2022 ganó el Premio Puskas de la FIFA por el tanto que anotó en el Mundial de Amputados de Turquía.
“Quisiera ser reconocido con un premio así. Y tengo que decir que fue un gran gol, pero ha habido mejores en el futbol de amputados, sólo que antes no había tanta visibilidad como ahora. Apenas están volteando a vernos”.
Hace 34 años, el 19 de abril de 1989, previo a un partido de semifinales frente al Bayern de Múnich en la Copa de la UEFA, Diego Maradona saltó al campo por el Nápoles. Con los cordones desatados y una sudadera amarrada a la cintura, vio su imagen en la pantalla del estadio y realizó el calentamiento al ritmo de la emblemátia canción de Opus.
El argentino bailó con el balón, se le echó a la cabeza, hizo unas dominadas. El tema quedó asociado al astro que encarna como pocos el mensaje de gozo que por aquellos años provocó que se tocara antes de los partidos o durante el medio tiempo en muchos estadios de futbol.
Live is life, when we all feel the power. Live is life, came on stand up and dance. Live is life, when the feeling of the people. Live is life, is the feeling of the band.
Live is Life, na-naaa-na-na-na…